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Lucrecio

Cuba en Barajas

Nadie los querrá ver. No demasiado. Ellos huyen de una cuadragenaria dictadura, amalgama minuciosa de eficiencia policial y catástrofe económica. Huyen de eso a lo cual Izquierda Unida llama el modelo, el paradigma sobre el cual troquelar España y País Vasco. Cuba, la más vieja dictadura de América Latina. La que a menos horizonte de esperanza deja sitio.

Extraña crueldad, ésta de España hacia el gran presidio que regenta Fidel Castro. No existe una actitud siquiera comparable en el último medio siglo a esta complacencia nuestra con lo políticamente más siniestro. Sólo a favor de Castro se ha sellado una unanimidad política así en España. Entusiastas de Castro fueron los popes más bárbaros del franquismo: de Girón de Velasco a Manuel Fraga. Entusiasta Suárez. Entusiasta el PCE de Carrillo y sus cachorros. Entusiasta el tan sincero demócrata Señor X, que gustaba compartir con el tirano mulatas del Copacabana, ron, Cohíba y vacía retórica populachera. Entusiastas, casi sin excepción, los grandes medios de la prensa. Y esos que —en tan conmovedores arrebatos de autocomplacencia— gustan llamarse a sí mismos artistas o intelectuales.

En un punto muy recóndito, muy inconfeso, del inconsciente español, Castro es la dulce voz de la revancha. El eco del podrido resentimiento del año 1898. “USA nació como Imperio allá donde España dejó de serlo; Castro venga la humillación de entonces” —proclama ese rencor enfermo. Y, ante la voz imperativa del rencor, la nimiedad de las generaciones de cubanos destruidas por esa tiranía delirante nada importa.

Castro tomó el país con la tercera renta per cápita de América Latina, con el segundo más alto grado de alfabetización de América Latina. Lo convirtió en esto. Un infierno del cual no hay más que una salida: la fuga a cualquier riesgo, a cualquier coste. Huyeron los que han podido. Malviven, entre la prostitución y el trapicheo, quienes no lograron abandonar la isla que fuera un paraíso, que sigue siéndolo para los turistas que enriquecen a las inmorales empresas turísticas españolas que ejercen de felpudo del tirano. Estos doscientos, en Barajas, nos recuerdan cuál es el auténtico rostro del asesino a cuya pervivencia tanto hemos contribuido. Es una imagen demasiado fea. Nadie los querrá ver. No demasiado.

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