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Alberto Míguez

Nueva zona de turbulencias

Las relaciones entre España y Marruecos están a punto de atravesar una nueva zona de turbulencias por las mismas razones que motivaron hace seis meses la retirada del embajador marroquí en Madrid: el Sahara.

Marruecos decidió plantarle cara al Gobierno español y retiró a su embajador porque la postura de Aznar no coincidía con la del rey Mohamed VI en torno al arreglo definitivo del contencioso sahariano. Se trataba —se trata todavía— de imponer a España, un país soberano y amigo, el modelo de solución que Francia, primero, y ahora Estados Unidos consideraban era más adecuado para salvaguardar sus intereses en Marruecos. El modelo que el Gobierno español debería apoyar era el llamado “Plan Baker”, que prevé prescindir del referéndum de autodeterminación tal y como lo exigió la ONU desde 1975 y paradójicamente el propio reino de Marruecos aceptó en su momento.

Tras la muerte del rey Hasan II, su sucesor creyó que hinchando pecho y con la ayuda de uno de sus mentores, el principal de los cuales era el presidente francés Jacques Chirac, podría imponer a España, a la comunidad internacional y, por supuesto también, al Consejo de Seguridad de la ONU el dichoso plan que consagraba una difusa autonomía del territorio y su integración sin ambages en el reino alauita. El proyecto estratégico del joven e inexperto Mohamed VI consistía en imponer a España, antigua potencia colonizadora del Sahara, el Plan, convencido de que las permanentes amenazas, desplantes y acusaciones contra Aznar y sus colaboradores podrían obligar a una reconsideración de la postura tradicional española: en el Sahara occidental administrado por Marruecos está pendiente el proceso de descolonización que sólo se completará cuando sus habitantes puedan ejercer mediante referéndum su derecho a la autodeterminación.

El Plan de Arreglo firmado entre las dos partes (Frente Polisario y Marruecos) en 1991 preveía, además de un alto el fuego, la instalación de una misión de Naciones Unidas (Minurso) para que preparase el referéndum mediante un complicado plan de identificación de los votantes. Los obstáculos de una parte y otra dificultaron al límite la identificación hasta que finalmente el secretario general de la ONU envió a un representante personal —el antiguo secretario de Estado americano James Baker— para que actuara de amigable componedor. Baker se sacó de la manga su Plan de autonomía quinquenal que, junto con las otras alternativas (referéndum, partición del territorio, retirada de la Minurso) deberán ser tenidas en cuenta por el Consejo de Seguridad para que se pronuncie por una de ellas. En esas estamos.

Por diversas y explicables razones, Estados Unidos anunció días pasados que apoyaba a fondo el Plan Baker lo mismo que hacían Francia, el Reino Unido y... Bulgaria. Rusia y Argelia se opusieron y el Frente Polisario ha puesto el grito en el cielo amenazando (no es la primera vez) con romper el alto el fuego.

Hasta ahora la posición española se ha caracterizado por cierta ambigüedad voluntariamente mantenida por el ministro de Exteriores, Piqué, que llegó a declarar hace meses nada menos que el referéndum era inviable. Los marroquíes vieron en esta supuesta concesión la prueba de que, presionando todavía más a España podrían conseguir que Aznar tragara el sapo del Sahara para salvaguardar unas relaciones que son sin duda importantes en todos los terrenos.

Los medios marroquíes interpretaron incluso que Piqué era el bueno y Aznar el malo porque uno se escoraba levemente hacia sus tesis y el otro no se pronunciaba. Ahora ha llegado la hora de la verdad y como no podía ser de otro modo España ha reiterado la doctrina tradicional: el referéndum debe celebrarse aunque sea difícil y el Consejo de Seguridad no puede imponer a ninguna de las partes una solución que rechaza como proponía la torpe resolución presentada por Estados Unidos.

Es obvio que para Marruecos la postura española rompe el sueño dogmático en que se habían encerrado sus dirigentes y especialmente el inexperto monarca Mohamed VI, que anunció triunfalmente hace meses que el contencioso estaba solucionado y que incluso hace unas horas en Nueva York reiteraba su rechazo al referéndum y a la partición del territorio. Y es obvio también que la postura española expresada días pasados por Inocencio Arias, representante ante Naciones Unidas constituye para el régimen marroquí un agravio que no servirá precisamente para mejorar unas relaciones renqueantes. Todo indica, pues, que dichas relaciones van a empeorar.

En España

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