Es hora de que la UE deje la tibieza y respalde la actuación de España contra el golpe a la legalidad democrática de uno de los nacionalismos más virulentos de Europa.
La peripecia de Puigdemont en Bélgica no sólo es la última destilación de la desquiciada fábrica de mentiras separatista, sino que refleja la debilidad de un Estado desaparecido en Cataluña hace demasiados años.
La independencia de facto de Cataluña seguirá el 21-D aun cuando esta ridicula aplicación del 155 nos dé el milagro de una victoria constitucionalista.
Lo que ha pasado en España ha desembocado en la farsa de un pacto de quejicas: unos fingen en Madrid que están matando al golpismo y los golpistas en Barcelona fingen que los matan.
El Gobierno debe dejar meridianamente claro que no hay nada que negociar con los golpistas, a quienes la Justicia debe hacer pagar el tremendo daño que están causando.
Van a estrellarse. Y me refiero a ellos, a los separatistas y a sus compañeros de viaje, los nacional-hermafroditas de Inmaculada Colau y su escaldado corresponsal en Vallecas.
La ofensiva nacionalista ha tenido desde el comienzo de la democracia el objetivo de eliminar cualquier vestigio de la nación española constitucional e histórica.
Podemos y sus franquicias saben que los cimientos de la España constitucional son la concordia y la reconciliación. Por ello los han convertido en diana de sus ataques.
Si no puedes con tu enemigo, únete a él. No para asimilarte sino, muy al contrario, para transformarlo desde dentro, sutil y subrepticiamente. Esto es lo que propone el 'paternalismo liberal' respecto al Estado.
El recuerdo de aquellos españoles sigue vivo en Dinamarca. Andersen escribió que mientras que los soldados franceses se caracterizaban por su altanería, los españoles eran "bondadosos y amables".