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Santiago Navajas

De masones, Illuminati, Zuckerberg y Soros

El mayor valor del libro de Ferguson consiste en poner en primer plano un tipo de poder frecuentemente ignorado por los historiadores.

El mayor valor del libro de Ferguson consiste en poner en primer plano un tipo de poder frecuentemente ignorado por los historiadores.
La plaza y la torre

Niall Ferguson: La plaza y la torre. El papel oculto de las redes en la historia: de los masones a Facebook. Debate, 2018.

Mientras escribo estas líneas salta la noticia de que Asia Bibi, una cristiana paquistaní a la que una chusma fanatizada islámica quería linchar, contra el dictamen del Tribunal Supremo que la había declarado inocente de la acusación de blasfemia contra Mahoma, afortunadamente ha salido del país hacia Europa o Canadá. Maravillas de la globalización.

El ejemplo ilustra a la perfección la tesis fundamental de Ferguson en su libro: que la historia universal es fundamentalmente un conflicto entre el poder que se plasma en una jerarquía, con la estructura de una torre, y el poder que se organiza como una red, como una plaza. El caso de Bibi es complejo porque si bien la jerarquía del poder paquistaní se puso de parte de la cristiana, una red de islamistas pretendió doblegar su voluntad hasta que una red más amplia y poderosa, la que configura la comunidad internacional de Occidente, se movilizó para presionar y apoyar al gobierno de Paquistán para que liberase a la mujer cristiana.

Esta dialéctica entre jerarquías y redes a través de la historia es la que analiza Ferguson a través de multitud de ejemplos. Por ejemplo, explicando cómo una red urdida por unos pocos españoles destruyó las jerarquías de poder de los imperios aztecas e incas. O, de manera similar, como las redes de colonos norteamericanos se rebelaron contra la jerarquía de la metrópoli inglesa a la que estaban sujetas. Aunque en esa lucha jerarquías-redes suelen vencer las jerarquías, sin embargo, Ferguson subraya los dos grandes momentos de la historia en la que las redes triunfaron globalmente, cambiando el curso del devenir histórico de manera absoluta. No por casualidad amparadas por innovaciones tecnológicas en un entorno de libertad económica y política. Porque fueron la imprenta a partir del siglo XV y el desarrollo informático a final del siglo XX, en el entorno capitalista de Europa, las innovaciones que hicieron emerger las redes que revolucionaron las estructuras jerárquicas de poder (que dominaron, sin embargo, entre 1790 hasta 1970).

El mayor valor del libro de Ferguson consiste en poner en primer plano un tipo de poder frecuentemente ignorado por los historiadores ya que es complejo seguir sus trazas con el habitual método historiográfico de estudio de documentos. Y no tanto porque no existan sino porque en lugar de estar centralizados en lugares de depósito jerárquicos, están diseminados siguiendo la propia estructura reticular del fenómeno. Otro gran mérito es el de desmontar las creencias conspiranoicas que han atribuido a redes secretas el control bajo cuerda del mundo, de los Illuminati, con los que empieza el libro a George Soros pasando por Kissinger o las predicciones apocalípticas del nuevo Profeta de la posmodernidad, Yuval Harari, que cree que la humanidad será sustituida por una Red de Ordenadores (¡cuánto daño ha hecho Terminator!).

Kissinger es especialmente importante para Ferguson, le dedicó un libro que hoy cambiaría en parte para dar mayor peso a las redes que creó el Secretario de Estado más famoso, porque además de ser un mago de la conectividad social y política, capaz de firmar un tratado internacional con el mismísimo diablo, era también un teórico de la importancia de las redes como articulación novedosa del poder.

La omnipresencia de las comunicaciones en red en los sectores social, financiero, industrial y militar ha [...] transformado por completo sus puntos débiles. Superando la mayoría de las normas y regulaciones (y de hecho la comprensión técnica de muchos reguladores), en algunos aspectos ha creado el estado de naturaleza [...] cuya vía de escape, para Hobbes, proporcionaba la fuerza motivadora para la creación de un orden político [...].

Aunque los relatos que se multiplican como ejemplos en ocasiones son superficiales, manidos y maniqueos, como el que hace Ferguson de los españoles en América donde se deja llevar por la habitual hispanofobia de la historiografía británica, en otros sí que resulta brillante e informativo, como cuando describe las redes de los Medici en Florencia para imponerse a otras familias o el caso de Costrugli, el humanista italiano que fue el primer referente de la doble contabilidad, uno de esos aventureros intelectuales del Renacimiento que revolucionaron con su ingenio y valor el mundo moderno, y que dejó dicho lo que debiera ser el lema de todas las escuelas de negocios:

El comerciante debería ser el más universal de los hombres y el que más se relaciona, más que sus compañeros, con diferentes tipos de hombres y clases sociales" (la cursiva es de Ferguson).

Las redes fueron fundamentales, de acuerdo con Ferguson, para que los protestantes pudieran resistir el acoso de la jerarquía eclesial y política católica (aquí aparece el británico anticatólico: "aparte de utilizar la tradicional variedad de crueles torturas y castigos que desde hacía tanto tiempo constituían el punto fuerte de la Iglesia" Alguien podría objetar que el punto fuerte de la Iglesia lo constituía los místicos San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, los teólogos Juan de Mariana y Francisco Suárez o Julio II encargándole a Miguel Ángel la Capilla Sixtina pero se ve que en Oxford no van más allá de los Pirineos y los Apeninos) pero también fueron las redes jesuíticas las que contrarrestaron el primer impulso reformador y mantuvieron el sur de Europa con la cultura católica, además de expandirla por el mundo entero (Scorsese tiene una gran y olvidada película, Silencio, sobre cómo los jesuitas crearon una red de evangelización en Japón derramando en abundancia sangre, sudor y lágrimas).

A pesar de simplezas de bulto, si en lugar de denigrar absurdamente a Hayek ("sería un error estar de acuerdo con Friedrich Hayek en su concepción de una simple dicotomía entre el Estado y el mercado") hubiese estudiado los conceptos de "taxis" (la "torre" jerárquica) y el "kosmos" (la "plaza" en red) del pensador liberal habría comprendido mejor Ferguson la dicotomía entre redes y jerarquías, y análisis superficiales de fenómenos complejos, el libro de Ferguson es importante porque supone una reivindicación muy hayekeana, valga la paradoja, de la importancia de la espontaneidad social como lugar donde realmente se produce la historia originariamente. De aquí que Ferguson priorice las instituciones en minúscula antes que los Grandes Nombres Propios, que son la materia favorita de los historiadores habituales tanto por la facilidad a la hora de recabar documentos sobre ellos como por el sesgo que todos tenemos hacia una historia de superhéroes. Por el contrario, Ferguson nos advierte de que mientras todos están mirando al líder carismático que se encumbra en lo alto de la Torre, nosotros desviemos la mirada a la plaza pública donde el comerciante, el traficante, el mercader, el inventor, el escritor y, también, el carterista a ras de suelo están tramando, sin conspiraciones espurias ni conjuras fantasmales, un nuevo orden social.

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