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Israel y los palestinos

Si las barreras clásicas se han difuminado, queda una suficientemente nítida y exclusiva del país: la posición respecto al problema palestino. Tanto más a la derecha cuanto más dura sea la actitud, tanto más a la izquierda cuanto más conciliadora.

En las elecciones israelíes del pasado 10 la derecha ganó, la izquierda perdió y el partido que encarna el centro, Kadima (adelante) fue el que más escaños obtuvo. Pero ¿qué es derecha e izquierda en Israel?

Algo queda de la distinción universal entre ambas y mucho de su desvanecimiento. Ya no es la propiedad colectiva de los medios de producción lo que define a la izquierda en el mundo de hoy, aunque le queden innumerables resabios de estatismo. Ahora cuenta más un posicionamiento rabioso contra toda herencia tradicional.

El sionismo que dio nacimiento a Israel estaba plagado de ideales socialistas y los kibutz parecieron un tiempo la escurridiza utopía hecha realidad. Aunque sus logros deslumbraran y humillaran a los vecinos, el país mantuvo durante muchos años un nivel de vida espartano y un sistema económico lleno de irracionalidades. Quien más hizo por liberalizar la economía en tiempos recientes fue Netanyahu, que se inspiró en la experiencia española de Aznar. El resultado fue un crecimiento económico espectacular y el arrumbamiento definitivo de los dogmas socialistas. Como en Occidente, el laicismo todavía cuenta como elemento de distinción en Israel. Por ejemplo, en lo que respecta a los cambios legales en el matrimonio. Pero la diferencia no es tan clara. Los partidos de base abiertamente religiosos se sitúan en la derecha, pero hay también partidos de derecha perfectamente laicos.

Si las barreras clásicas se han difuminado, queda una suficientemente nítida y exclusiva del país: la posición respecto al problema palestino. Tanto más a la derecha cuanto más dura sea la actitud, tanto más a la izquierda cuanto más conciliadora. Si todavía los segmentos del espectro político están bien delimitados, la amplitud se ha reducido. La decepción respecto a las posibilidades de entendimiento ha estrechado el margen de la izquierda. Las expectativas sobre el acuerdo final son mucho menores aunque siguen creyendo que la negociación es todavía el método y siguen dispuestos a realizar algunas concesiones. La derecha está nutrida por los que proclaman: ¡os lo habíamos dicho, no hay nada que hacer! El abanico va desde los que piensan que cabe esperar poco pero que no hay más remedio que intentarlo a los que propugnan el máximo grado de separación y de control israelí de todo lo que se relacione con seguridad, por mucho que ello prolongue la tensión de manera indefinida. El apoyo casi unánime a la operación militar en Gaza refleja el convencimiento común de que Israel lo ha intentado todo, menos renunciar a sí mismo, y nada ha resultado.

La escisión en el campo palestino entre el más nacionalista y laico Fatah y el islamista Hamás complica las cosas pero convierte, milagrosamente, en moderado al movimiento que creó Arafat. Detenta el poder en la Autoridad Palestina y resulta ahora un interlocutor privilegiado para quien dentro o fuera crea o simule creer en las posibilidades de una negociación. El problema es que el grado de apoyo en su pueblo es dudoso e inestable. Muchos, pero no sabemos cuantos, de sus votantes lo eligen por rechazo al fanatismo de Hamás o porque están en la lista de beneficiarios del conato de Estado palestino y la ayuda internacional que recibe. Entre los votantes de Hamás se cuentan también los que lo prefieren por rechazo a la endémica y profunda corrupción de sus rivales. En todo caso, como en la totalidad del mundo árabe, el fracaso político impulsa hacia el totalitarismo religioso.

En estas circunstancias negociar se convierte en un fin en sí mismo. Se siguen buscando ideas y se mantienen los puentes tendidos para aprovechar cualquier oportunidad, pero las ilusiones son escasas, con la diferencia de tonalidad señalada de izquierda a derecha. 

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