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Luis Hernández Arroyo

El multiplicador

¿Es el multiplicador keynesiano un milagro? No, un cuento de la lechera. Hay muchas críticas, pero la más contundente es la empírica: su fracaso total en los años 1960-70 llevó una década después (en la era Reagan/Thatcher) a un nuevo paradigma económico.

Los keynesianos han salido furibundamente del armario: llevaban 30 años olvidados y ahora reclaman con rabia la rehabilitación de Keynes, pues según ellos todo lo que ha pasado se debe a la falta de control del Estado sobre la economía. Es fácil demostrar que esto no es cierto; primero, porque el Estado jamás se ha retirado del todo, acaso se ha replegado parcialmente en algunas latitudes, en otras no. Además, es muy difícil no asociar a la liberalización de los mercados mundiales el avance de países antes subdesarrollados.

Lo que los keynesianos han puesto sobre la palestra es el otrora famoso multiplicador de Keynes. El tal multiplicador lo inventó en realidad Richard Kahn, su amigo y colaborador, pero fue Keynes quien lo hizo universalmente famoso. Es una pieza básica del modelo, pues sin él no habría manera de justificar la política fiscal expansiva. El multiplicador dice que un aumento de una partida del gasto –no necesariamente público– produce un efecto de expansión encadenado del gasto total en función de la propensión marginal a consumir.

Por ejemplo: si aumenta Zapatero el gasto público en, por ejemplo, los 8.000 millones que ha regalado a los ayuntamientos y la propensión a consumir es del 70% de la renta percibida, entonces los perceptores de ese dinero gastarán en consumo 70% (5.600 millones). Pero este 70%, a su vez, se convertirá en renta para otros familias, que gastarán 70% de los 5.600 millones (3.920 millones). Se forma una cadena de gastos decrecientes, cuya suma es el gasto inicial (8.000 millones) dividido por 1 menos la propensión marginal a consumir (1-0,7): en este caso daría 26.666 millones de euros. El gasto inicial se ha multiplicado por 3,3: éste es el multiplicador. Esta suma es tanto más grande cuanto más lo sea la propensión al consumo. Gracias a esto, el gasto aumenta alegremente y el paro disminuye. Los asesores de Obama están manejando un multiplicador "moderado", pero no justificado, del 1,5.

¿Un milagro? No, un cuento de la lechera. Hay muchas objeciones que oponer a tal concepto, pero el más contundente es el empírico: su fracaso total en los años 1960-70 llevó una década después (en la era Reagan/Thatcher) a un nuevo paradigma económico, en el que era mejor reducir el peso del Gobierno y liberar las fuerzas económicas privadas. El nuevo paradigma tuvo un éxito indiscutible, del que buen ejemplo es la recuperación del Reino Unido de Thatcher y Blair. Con todas las cautelas que se quieran, los hechos demostraron que las críticas a los keynesianos tenían razón y que la introducción de las expectativas en la economía desbarataba bastantes postulados keynesianos; la teoría de las Expectativas Racionales era un exceso teórico, pero el caso es que la gente aprende, acumula información y forma expectativas consistentes con la información percibida. En el paradigma de las últimas dos décadas se arrinconó a Keynes y su multiplicador, al menos explícitamente, incluso entre los gobiernos socialdemócratas, del que buen ejemplo es Tony Blair (pero no sus sucesor, Brown).

La mayor crítica a la política fiscal keynesiana –la cual, sospechosamente, sólo se aplaudía y propugnaba unidireccionalmente, en su sentido expansivo, no cuando la economía crecía– vino de la mano del llamado efecto "crowding out": el efecto expulsión del mercado de los inversores privados, debido a que la excesiva demanda de fondos del gobierno hace subir el tipo de interés y estrangula la inversión privada, lo contrario de lo que se buscaba. La primera crítica al desvío de fondos a manos del Gobierno fue de Adam Smith, y el propio Keynes en su Teoría General manifestó sus dudas sobre el efecto positivo neto del multiplicador por la misma razón: "la vía de financiación del incremento gasto –dice Keynes- podría tener el efecto de aumentar el tipo de interés y con ello retrasar la inversión de otros sectores, a menos que la autoridad monetaria tome medidas para evitarlo, a la vez que el aumento del coste de capital disminuiría su eficiencia marginal". De una manera algo oscura, aducía también otras razones de desconfianza que podrían aumentar la demanda de dinero del público y retraer la inversión privada. Y terminaba con "en todo caso, el multiplicador será más efectivo cuanto menor sea la inversión inicial", mostrando ser consciente de un posible efecto ricardiano: la gente ve que eso le va a costar más impuestos en el futuro y ahorra en vez de gastar. En todo caso, estos argumentos no fueron muy enfatizados contra su interés primordial, que era "vender" su nueva teoría de la expansión fiscal. Y desde luego que la vendió.

La teoría posterior demostró que el efecto expansivo neto estará condicionado por estos factores, y que el multiplicador bien pudiera ser negativo, o por lo menso menor que 1; y se aceptó que, en caso de necesitar un impulso por grave crisis deflacionista, sería más eficaz la política monetaria expansiva (aunque no se estimó como reguladora de los ciclos, pues las expectativas "racionales" se encargarían de desarmarla) que garantiza la neutralidad en la dirección del gasto. En ese caso, ¿No es mejor, como dictaminaba Friedman para Japón o Robert Lucas para la crisis actual, que sea el banco central el que se encargue de inyectar liquidez en los bolsillos del público? Según Lucas:

La política monetaria de Bernanke es la más potente acción anti-recesiva... y mantiene unas ventajas en mi opinión importantes: es rápida y flexible... el dinero fluye en forma de crédito. No implica ninguna iniciativa del Gobierno, ni posiciones de éste en empresas privadas, ningún control sobre las operaciones privadas, y ninguna asignación ineficiente de recursos. A mí me parecen importantes virtudes.

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