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Jorge Vilches

Sobre la Restauración y sus finales

Un tercer escenario, este sí de ruptura, de fin de la "Segunda Restauración", tendría que pasar por la extinción de la Monarquía y la proclamación de una unión voluntaria de repúblicas basadas en las "naciones históricas".

En las páginas de Libertad Digital hemos leído recientemente dos artículos muy interesantes y coincidentes, escritos por Pablo Molina y Pío Moa. Molina titulaba su trabajo Otra Restauración que se acaba, y Moa al suyo lo llamaba ¿Se acabó la Segunda Restauración? El planteamiento común es que ésta, la "Segunda Restauración", ha muerto y que lo que se avecina es peor. Aún compartiendo algunos puntos de su análisis, creo que otros necesitan ser matizados.

La Historia no es una ciencia matemática. No hay leyes que permitan predecir los acontecimientos por la sencilla razón de que nunca se repiten, ni siquiera como parodia. El pasado puede servir de argumento para un político, un partido o un Gobierno, como ocurre con la referencia persistente a la II República y a la memoria histórica, pero no permite vislumbrar el escenario futuro. Ayuda a prever escenarios posibles. Los hombres, la cultura política, las ideas, los planteamientos, el desarrollo tecnológico, el orden internacional, el juego institucional y constitucional, la economía, el peso de la Iglesia, del Ejército o de los sindicatos, la composición social; en fin, prácticamente todo es distinto. Podemos sacar parecidos razonables, pero nada más.

La denominación de "Segunda Restauración" tiene su dificultad, ya que, como dijo Cánovas, su propósito era continuar la historia de España, que no se refería a los Borbones, sino al régimen típico del país: una Monarquía de soberanía compartida, equilibrada entre las Cortes y el Rey. El régimen de la Constitución de 1978, que no la Monarquía en la persona de D. Juan Carlos, es mucho más de lo que pensó y hubiera aceptado Franco. Es más, poco tiene que ver con la Restauración de Alfonso XII, o con la Segunda República, a la que algunos señalan como precedente de nuestro sistema.

La Transición, qué duda cabe, fue un periodo en el que se cometieron graves errores, pero hay que reconocer que la mayoría de los actos que entonces se llevaron a cabo fueron aciertos; sino ¿para qué defender la Constitución de 1978? Ya no estamos en los tiempos en los que se mitifican los líderes ni las épocas, y justo es decir que la concepción autonómica de la política ha generado tantas dificultades como ha resuelto. Pero el problema no es la descentralización, sino los nacionalismos etnolingüísticos, excluyentes y anacrónicos que sufrimos en España desde finales de siglo XIX.

Quizá coincida con Pablo Molina y Pío Moa en que el Estado de las Autonomías alimenta esos nacionalismos, y que les lleva de forma automática a su fin natural, la independencia. Sin embargo, esto no supone mecánicamente el fin de la "Segunda Restauración", o de lo que es la Monarquía parlamentaria y constitucional. Los escenarios posibles que se presentan, así, a vuela pluma, son varios.

Uno de ellos es una reforma constitucional que coincidiera con el planteamiento confederal y asimétrico de los nacionalistas, en un marco heterogéneo cuyo nexo de unión fuera la Monarquía. El trauma que esto pudiera generar es relativo pues es el camino por el que vamos. Hay escenarios más difíciles, por ejemplo, la segregación de una región o varias. Esto violentaría la ley, tal y como hoy la conocemos, y generaría un problema mayor que tendría que resolverse por la fuerza. Un tercer escenario, este sí de ruptura, de fin de la "Segunda Restauración", tendría que pasar por la extinción de la Monarquía y la proclamación de una unión voluntaria de repúblicas basadas en las "naciones históricas".

Todo esto, sin acritud alguna e incluyéndome, me recuerda a Isaac Asimov, que utilizó en su famosa saga delCiclo de Trántorla figura delpsicohistoriador, unos personajes capaces de predecir el futuro aplicando fórmulas matemáticas. Sí, fascinante, pero de momento es ciencia ficción.

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