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José T. Raga

Cuando menos, curioso

Los problemas de nuestro sistema financiero no se hicieron de rogar y aquella pregonada solvencia empezó a encontrar dificultades que se intentaron solventar momentáneamente mediante un aluvión de millones procedentes de los recursos públicos.

Y digo curioso cuando podría decir, quizá con mayor rigor, sorprendente, en una sorpresa a la que se llega desde lo ininteligible por contradictorio. No se me había ocurrido pensarlo, pero recordando tiempos no tan lejanos me veo impulsado a concluir en la doble faz (al menos doble) que es por lo visto inherente a la ideología socialista, o al menos a las proclamas que realizan las personas que se abrogan, sin contradicción interna, la ortodoxia de aquella ideología. Todo ello, manifestando mi respeto a la honestidad de las ideas, cualesquiera que sean, siendo éste, el respeto, la única razón de la precisión que acabo de realizar.

Se preguntarán ustedes que a qué viene todo esto. Recuerdo y recordarán que cuando vivíamos bajo la égida gubernativa de Don Felipe González, resultaba ya grotesco hasta la saciedad que, desde el seno de su actividad nacional nadie podía siquiera prever o simplemente especular acerca de los criterios que subyacían a la acción de Gobierno y menos aún de los objetivos a largo plazo de la misma. Había que esperar a que el señor presidente viajase a algún país lejano, tanto mejor cuanto más alejado, para que desde allí hiciera un discurso político del Gobierno de España, que informase a los españoles que moraban en el suelo patrio de las ideas que su presidente pretendía llevar a término.

Pues bien, algo semejante le ocurre al presiente Rodríguez Zapatero. Con diferencias notables, porque es imposible la equivalencia absoluta en términos reales entre dos personas, aunque los dos sean socialistas, incluso rojos, como prefiere identificarse alguno de ellos, y aunque el partido que los sustenta sucumba en opiniones individuales en aras de una aparente doctrina unívoca generalmente aceptada. Frente a los gustos del Sr. González, lúdico viajero, al actual presidente le produce fatiga el hecho de los desplazamientos, aunque sean en vuelos privados. Ahí están los plantes a algún presidente de algún país europeo, alegando cansancio irreparable. Bien es verdad que su fluidez y riqueza de lenguas tampoco se lo ponen fácil, aunque hay que reconocer que, en esos círculos de diversidad lingüística, siempre lleva puesta una sonrisa capaz de convencer al mayor de los escépticos.

Sin embargo, el señor Rodríguez Zapatero es más prolijo en proclamas, recomendaciones y propuestas, realizadas mediante epístolas presidenciales al exterior o mediante documentos transmitidos a terceros países por medios diplomáticos. Unas veces serán proyectos para la Alianza de Civilizaciones, aquella alianza que Blair, con cierto aire de chirigota, tradujo como Alianza de Civilizados; en otras ocasiones tratará de aconsejar a los Veinte, reunidos en Washington, qué caminos deberían emprenderse para encontrar una salida a la actual crisis (reunión a la que ni siquiera estaba invitado y sólo por caridad alguien le abrió la puerta en el último momento); el postrer esfuerzo de nuestro presidente para salvar al mundo de las amenazas que sobre él se ciernen, es el documento que ha remitido a Londres para que aquellos veinte (me estoy refiriendo naturalmente al G-20) –que se reunirán, Dios mediante, el próximo dos de abril en la ciudad del Támesis– analicen sus propuestas encaminadas a solventar los problemas del mundo financiero en cada una de las naciones, así como en el contexto internacional.

Según parece ser, por lo que se ha dado a conocer en los medios, el presidente español considera que las entidades financieras pueden llegar a creer que si las crisis son lo suficientemente grandes, el sector público vendrá en su auxilio con sus recursos como salvaguarda del propio sistema financiero. Pues claro señor presidente. No sé si me sorprende más por lo excepcional lo ajustado de su aseveración o la sagacidad que muestra al proclamarla. Pero, sinceramente, creo que el único que no puede hablar de este asunto es, precisamente, el Gobierno de España y, particularmente, su presidente.

El porqué creo que están desautorizados a tratar del problema es por la propia evidencia de los hechos. En primer lugar, teníamos, según sus repetidas manifestaciones, el sistema financiero más sólido y más solvente que imaginarse pudiera. Sus manifestaciones, en este sentido, se interpretaban, en un sector tan regulado y supuestamente tan vigilado como el de las entidades financieras, como el aval que el Gobierno otorgaba, sin paliativos, a aquellas entidades.

Los problemas no se hicieron de rogar y aquella pregonada solvencia empezó a encontrar dificultades que se intentaron solventar momentáneamente mediante un aluvión de millones procedentes de los recursos públicos, de un sector, el público, que tiene el honor de ostentar un déficit que los españoles creíamos ya abandonado. Pero es que, además, señor presidente, se ha optado por la opacidad en las asistencias, con lo que lo que usted asume que pensarán las entidades comprometidas por la crisis de su solución a través del sector público –y no le falta razón para tal presunción–, se acentúa en el caso español por el escaso coste personal que se deriva de la opaca actuación pública. En la historia, también en la más reciente, el Consejo de Administración de las entidades mal administradas que requerían intervención, cesaba inmediatamente, quedando inhabilitado, además, para la administración futura de entidades mercantiles; amén de las responsabilidades civiles y penales en las que hubieran podido incurrir.

En el momento actual, su Gobierno ha elegido la solución de que nada se sepa, de que nada se conozca; cuando el pueblo español, cuyos recursos están dedicándose a cubrir las deficiencias de una administración del negocio financiero, tiene, al menos, el derecho a saber qué es lo que ha ocurrido en el mismo; tiene derecho a saber si se han malversado fondos propios o depositados, si se ha defraudado la confianza concedida inicialmente a las instituciones o si, en último caso, alguien se ha apropiado indebidamente o ha estafado a quienes pusieron su confianza en el sistema y en las instituciones.

¡Cómo para que usted venga ahora mandando propuestas de lo que debe acordar el G-20 en Londres, cuando tiene su casa llena de rincones inescrutables!

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