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Pío Moa

La I y la II Restauración

30 años después, se plantea la disyuntiva entre defender la II Restauración, es decir, la evolución acumulativa y reformista, democrática, o bien lanzarnos a una nueva ruptura que, no por casualidad, va ligada al terrorismo y a la balcanización de España.

Señala el señor Vilches una serie de diferencias entre la I y la II Restauración que, por supuesto, existen. La historia nunca se repite tal cual. Como existen parecidos. Pero lo que interesa no es discutir por detalles ni por palabras, sino explicar el contenido de éstas. Hablar de II Restauración puede ser útil para analizar la historia, o bien un motivo de confusión si no se aclara su significado. Las semejanzas pueden resumirse en la frase de Cánovas: su régimen venía a "continuar la historia de España", expresión que vino a repetir significativamente Lerroux en 1934, cuando se enfrentó a la guerra civil planificada por el PSOE. Tomada la frase literalmente es absurda, pues la I República fue tan historia de España como la Restauración, y lo mismo habría ocurrido si en lugar de triunfar la república en 1934 hubieran triunfado los revolucionarios.

Pero, aparte del significado concreto que Cánovas pudiera dar a su frase, el sentido de ella puede asimilarse a lo que he expuesto en otro artículo, Rupturas y reformas. Las reformas suponen cambios que, desde luego, eliminan mucho de lo anterior, pero básicamente implican continuidad y acumulación. Las rupturas pretenden refundar una sociedad negando o condenando su pasado, y es lo que intentaron el Sexenio Revolucionario, en especial la I República; lo que desde la crisis del 98 buscaron los partidos de izquierda, regeneracionistas y separatistas y consiguieron aplicar en la II República; y lo que pretendía la oposición al franquismo al principio de la transición, y nuevamente ahora, con Rodríguez y su gente.

Cánovas, en definitiva, quería continuar, con las reformas precisas, la historia anterior a la ruptura impuesta por el Sexenio. Su régimen era liberal, no democrático pero encaminado a la democracia porque las libertades lo imponían, y fue uno de los primeros de Europa en aprobar el sufragio universal. Sus críticos, sobre todo después del 98, se dedicaron a execrar sus aspectos negativos, que todo régimen tiene, olvidando las claves básicas de las libertades –nunca les interesaron, excepto en cuanto podían explotarlas para sus fines; el progreso económico, quizá lento, pero consistente; o el mero hecho de que el caciquismo no les impedía formar partidos, presentarse a elecciones, ganarlas a menudo, sobre todo en los municipios, y sacar diputados. Todo eso carecía de valor para ellos, porque se trataba de partidos mesiánicos que solo entendían la democracia como la imposición completa de sus ideas, por lo común nada claras. No es de extrañar, además, que todas esas corrientes se caracterizaran por la desvalorización sistemática del pasado español, caricaturizado sangrienta y burdamente.

Así, no es inexacto decir que la Primera República fue la primera y catastrófica ruptura con la historia de España, y otro tanto la Segunda. Cabe distinguir, por tanto, dos ciclos reformistas en la llamada Edad Contemporánea, terminados en sendas rupturas republicanas. A partir de la segunda de éstas se abrió una etapa inevitablemente dictatorial pero no totalitaria, y básicamente reformista (nunca el país había prosperado tanto en casi todos los órdenes): la dictadura de Franco no tuvo oposición real de liberales o socialdemócratas, sino sólo de comunistas, y permitió un tránsito reformista, no rupturista, a una democracia que, con todos sus fallos, ha resultado la más prolongada y estable que ha tenido España. Y que, otro dato de interés, la debemos a nosotros mismos y no a la intervención bélica useña, como casi todas las demás democracias europeas. Una democracia hoy puesta nuevamente en peligro, un peligro que también afecta a la propia unidad de España, como ya ocurrió con las rupturistas I y II República.

En este panorama general adquiere sentido hablar de una II Restauración como un período reformista y acumulativo, que entronca con la de Cánovas, aun si con numerosas y lógicas diferencias. Por una serie de errores en los que no entro aquí, la transición creó una constitución contradictoria y dio alas a los elementos tradicionales de ruptura, separatistas y marxistas o marxistoides (el PSOE nunca sustituyó su marxismo oficialmente abandonado). Con lo que, treinta años después, se plantea la disyuntiva entre defender la II Restauración, es decir, la evolución acumulativa y reformista, democrática, o bien lanzarnos a una nueva ruptura que, no por casualidad, va ligada al terrorismo, la balcanización de España y la identificación con el Frente Popular en unos casos y con la República en otros. No me gusta especular sobre el futuro ni sus posibles escenarios, pues la historia tiende a reírse de las profecías y especulaciones, pero el dilema es ese. Debido a los errores antes aludidos, durante estos decenios no han cesado de avanzar los impulsos rupturistas y de retroceder los contrarios, hasta el punto de que hace poco los primeros parecían tener la batalla ganada, máxime cuando el PP futurista se ha sumado de hecho a ellos. Afortunadamente hoy asistimos a una reacción importante que espero no llegue demasiado tarde. En cualquier caso yo estoy por la opción reformista, gane o pierda, y desde luego haré cuanto esté en mi mano para que gane.

Una nota final sobre la ideología del PP. Todos los partidos tienen alguna ideología predominante, sea más o menos confusa o filosófica, y todas las ideologías generan tendencias diversas. Con Aznar se fue imponiendo la tendencia a la unidad de España, concentrada, y no por casualidad, en la cuestión del terrorismo; y consiguió arrastrar (momentáneamente) al PSOE a un pacto no sólo contra el terrorismo, sino por las libertades, otro dato esencial (que fuera el PSOE quien propusiese ese pacto sólo significa que se unía o fingía unirse a la orientación general de Aznar). Esa vía quebró enseguida y triunfó la contraria, encabezada por Rodríguez... y por Rajoy, orientado tácita pero efectivamente, hacia una confederación con el "nexo" de un Rey que entonces resultaría superfluo. Y que, repito, anularía bastantes siglos de evolución histórica, devolviéndonos políticamente a la Edad Media. 

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