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EDITORIAL

Un Gobierno insolvente

Pese a que el Gobierno no deja de quejarse de la escasez de crédito, los aumentos del gasto público implican succionar el escaso ahorro que podría haber ido a parar al crédito privado, estrangulando aún más la frágil situación de nuestra economía.

Hubo unos meses en los que el Gobierno de Zapatero se quedó totalmente paralizado ante la crisis. Desconcertado por sus propias mentiras durante la campaña electoral, cualquier "plan de choque" que superara una tímida devolución de 400 euros habría supuesto un reconocimiento implícito de que el PSOE no se equivocó en su diagnóstico económico sino que ocultó y manipuló la crítica realidad para volver a conquistar La Moncloa.

Desde luego, la inacción política durante una crisis conlleva unos costes muy elevados. El Gobierno tiene la responsabilidad de acelerar la recuperación, esto es, de reducir el gasto público, los impuestos y el número de regulaciones onerosas. La pasividad de la clase política no es un mérito, sino un signo de desgobierno y de impotencia ante unos fenómenos que la desbordan.

Sin embargo, parece evidente que todo es susceptible de empeorar y más cuando la izquierda se encuentra en el poder. Si gente tan poco preparada como los socialistas ocupan los sillones del Consejo de Ministros, la indiferencia del Gobierno ante la crisis puede ser una excelente noticia: no nos facilitan la vida a los ciudadanos, pero al menos no nos la entorpecen más. Cuando uno no entiende lo que está pasando –y ni Solbes, ni Sebastián ni mucho menos Zapatero lo entienden– lo más probable es que se acabe equivocando; y si a la ignorancia se le añade una decidida voluntad de ideologizar a la sociedad, el desastre está asegurado.

Dicho y hecho. Tras un tiempo prudencial que echara un poco de tierra sobre el desbocado optimismo preelectoral, el Ejecutivo socialista inició una carrera suicida para convertirse en el Estado más despilfarrador del mundo; obsesión que ya le ha llevado a disparar la previsión de déficit público hasta el 7,6% del PIB a finales de 2009. Las consecuencias de tamaña dilapidación de los recursos nacionales no se han hecho esperar: el diferencial de tipos del bono español con respecto al alemán ya supera los 100 puntos básicos y la agencia internacional de rating Standard and Poor's ha rebajado la calificación crediticia de España.

No obstante, ayer Zapatero, ajeno a todo lo anterior, concedió una entrevista a varios medios económicos internacionales como el Wall Street Journal o el Financial Times. Durante el coloquio afirmó rotundamente que la economía española "tiene un amplio margen para endeudarse" ya que la deuda pública apenas representa el 39% del PIB, muy por debajo de la media europea.

La interpretación más benigna de tales palabras es que Zapatero pretendía demostrar ante el mundo la solvencia de las Administraciones Públicas españolas con la finalidad de que los inversores nos exigieran unos menores tipos de interés para adquirir nuestros bonos públicos (esto es, "en caso de ser necesario, todavía podríamos endeudarnos más para amortizar todas las emisiones actuales de deuda"). Sin embargo, no debemos olvidar que el presidente del Gobierno no se encontraba en una nueva edición de Tengo una pregunta para usted..., sino en un encuentro con analistas económicos serios que se conocen perfectamente el funcionamiento y la situación de los mercados financieros.

La señal que envía Zapatero, en realidad, no es que España no vaya a tener problemas para amortizar su deuda actual porque carezca de la intención de gastar más –en ese caso, nada mejor que remarcar precisamente esto– sino que busca todo lo contrario. No envió un giño al mercado sino más bien una advertencia: "esto no termina aquí, porque aún estamos muy poco endeudados".

¿Pero realmente el endeudamiento de España es tan reducido como sugiere Zapatero? Siendo optimistas –muy optimistas– a España le quedan un par de años de recesión profunda a tasas de decrecimiento del PIB que bien podrían superar el 5% anual. Si el déficit público sólo fuera del 7,5% este año y el siguiente (cuando muchos analistas ya hablan de que superará el 11%), nuestro ratio de endeudamiento sobre el PIB se dispararía al 65% a finales de 2010 –el nivel europeo medio de deuda– y ello sin gastar más de lo que ya está presupuestado (lo que no coincide con la voluntad de Zapatero). De prolongarse esta situación, en 2011 rozaríamos el 80% y en 2012 el 100% de deuda sobre el PIB: es decir, deberíamos entregar todo lo que producimos en un año sólo para amortizar los pasivos públicos.

Los mercados ya esperan este repunte súbito del endeudamiento del Estado y por eso van aplicando progresivamente mayores tipos de interés a nuestras obligaciones. Zapatero no engaña a nadie, más bien intranquiliza a todo el mundo: los inversores son conscientes de que existe un creciente riesgo de suspensión de pagos en España y cada vez que el presidente del Gobierno toma una decisión, la percepción de ese riesgo sólo hace que aumentar.

El drama de todo esto no es ya que Zapatero se equivoque y haga el ridículo, sino que perjudica nuestro futuro. Pese a que el Gobierno no deja de quejarse de la escasez de crédito, los continuos aumentos del gasto público implican succionar el escaso ahorro que podría haber ido a parar al crédito privado, estrangulando aún más la frágil situación de nuestra economía.

No, España no tiene margen infinito de endeudamiento. Y el propio Solbes lo sabe. Por poca idea que tenga de economía (recordemos que hace un año tachaba de ignorantes a quienes alertaban del riesgo de recesión), es consciente de la amenaza que supone la charlatanería de Zapatero para España. El problema –nuestro problema– es que esa charlatanería es la que ha inspirado la totalidad de sus decisiones políticas hasta la fecha.

En Libre Mercado

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