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No sólo las formas

No deja de ser un gran regalo que Gobierno y oposición hacen a los catalanistas y vasquistas radicales reconocer implícitamente que sus casos puedan ser idénticos al de Kosovo.

 La cantidad termina afectando a la calidad y un fallo tan garrafal de formas no deja de incidir sobre el fondo. El PP le ha hecho un regalo innecesario e injustificado al dúo Zapatero-Chacón al establecer una tan tajante distinción entre las unas y el otro en el asunto de la propuesta de espantada de Kósovo, y el error se relaciona no sólo con la magnitud de la chapuza sino que viene de más atrás y tiene raíces más profundas. Y es que las cuestiones de fondo, la ilegalidad de la independencia de Kósovo y el mandato del Consejo de Seguridad para los tropas internacionales en lo que era una región autónoma de Serbia, nunca han sido tan nítidas como Gobierno y oposición lo han presentado. 

Muy cierto es que en el siempre problemático derecho internacional una de las normas más rotundas –posiblemente la que más– es la que proclama el carácter sagrado de la integridad territorial de los Estados, algo que hay que considerar como absolutamente indispensable para mantener un mínimo de estabilidad en el orden internacional. Pero que no por ello deja de ser a veces de difícil conciliación con uno de los grandes principios teóricos en los que supuestamente se asienta ese orden, que es el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, el correlato colectivo de la soberanía popular en el interior de los Estados. El problema insoluble, por inmensamente subjetivo, reside en la definición de lo que es un pueblo, la demarcación de los límites sociales, no ya territoriales, entre unos y otros: cómo los derechos nacionales recaen sobre los pueblos y lo que se le reconoce a uno se hace con frecuencia a costa de lo que se le quita al otro u otros en conflicto. La contradicción está servida.

Está luego la falacia de pretender que como la norma es categórica, los casos a los que se aplica también han de serlo. Ni muchísimo menos. Por definición, los nacionalismos tienen un denominador común francamente mínimo y una gran variedad de numeradores. Cada pueblo con reivindicaciones nacionales se afirma subrayando sus profundas y abismales diferencias con todos los que lo rodean. Se ve como una individualidad perfecta.

En sus pretensiones independentistas cada uno se agarrará a los precedentes de los que pueda echar mano, tergiversándolos todo lo posible a su favor. Con España o sin España, los independentistas catalanes y vascos dieron saltos de alegría con el reconocimiento de Kosovo por parte de los americanos y una gran mayoría de europeos, incluidos muchos que también tienen nacionalismos centrífugos en su interior. Y no deja de ser un gran regalo que Gobierno y oposición hacen a los catalanistas y vasquistas radicales reconocer implícitamente que sus casos puedan ser idénticos al de Kosovo. Lo son en aspiraciones y puede que lo sean en retórica y mitos, pero en cuanto a realidades son enormemente distintos. Como es absurdo, arrastrado por esa lógica de una interpretación de la norma de la integridad territorial que desprecia los méritos de cada caso concreto, concederle a Putin que Abjasia y Osetia Meridional tengan los mismos títulos nacionales que los albano-kosovares. Amén de que con Kosovo o sin él nuestros separatistas van a seguir manteniendo absolutamente idénticas aspiraciones con la mismísima intensidad y Putin hubiera hecho exactamente lo mismo con Georgia. Y precedentes sobran y con el tiempo se desvirtúan.

Seis meses antes, cuando las elecciones no estaban ya encima, Zapatero les hubiera hecho el regalo a sus socios vascos y catalanes de seguir la línea general del reconocimiento de Kosovo. ¿Por qué, en honor a la verdad, el PP no podía haber sido un poco más sutil?

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