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La OTAN sigue

La OTAN es una agencia de seguridad activa que hace muchas cositas en muchas partes, muchas de las cuales podrían ser realizadas incluso mejor por alguno de esos contratistas privados de seguridad que han resultado tan imprescindibles en Irak.

"Yo sigo", podría decir la Alianza Atlántica después de la reciente cumbre de su 60 aniversario, con la participación estelar del nuevo presidente americano, todo sonrisas y abrazos. Malamente y sin pena ni gloria, podría añadir. Si sobrevivir es una hazaña, la OTAN lo ha conseguido. Ha continuado existiendo más allá de la desaparición de su enemigo, y sigue habiendo países que anhelan entrar y nadie pretende salirse; ni Zapatero, auque no la entienda y la desprecie, pero bastante nos ha aislado ya como para atreverse a dar ese paso. La cumbre ha dado dos bienvenidas más, a Croacia y Albania, un país casi tan musulmán como Turquía. No es un club cristiano. Y ha dicho que la puerta sigue abierta. Lo que es mucho más importante, o debería serlo, Francia se ha reintegrado en la estructura militar de la OTAN, de donde De Gaulle la había retirado, expulsando la organización de París en 1966. Se pone así fin a una anomalía carente de sentido, que no hacía ningún bien a ninguna de las dos partes.

Los líderes han "reafirmado el principio de indivisibilidad de la seguridad aliada, el compromiso de solidaridad trasatlántica y el objetivo común de una Europa entera y libre". Grandes palabras por las que los europeos no parecen dispuestos a pagar un precio mientras que sí parecen dispuestos a evitar todo lo que se lo exija, como decirle claramente a Rusia lo que es y no es aceptable, y consentirle que de facto vete la ampliación a Georgia y Ucrania. Y no es que las grandes palabras no tengan valor. Son mejor que nada, señalan metas y las mantienen vivas por inalcanzables que resulten, y sirven, como los antiguos horarios de los ferrocarriles, para medir el retraso, en este caso el desajuste entre el deber ser y el ser. Pero sobre todo donde la gran retórica hace agua es en la "solidaridad atlántica", seriamente en cuestión no precisamente en los aledaños del charco que nos une y separa sino el las remotas tierras afganas.

La OTAN es una agencia de seguridad activa que hace muchas cositas en muchas partes, muchas de las cuales podrían ser realizadas incluso mejor por alguno de esos contratistas privados de seguridad que han resultado tan imprescindibles en Irak. El número de acuerdos que la organización firma con terceros países va continuamente en aumento, así como el de servicios que se compromete a proporcionar. Pero lo que cuenta es Afganistán y ahí es donde Europa ha dicho "hasta aquí hemos llegado", y junto a las buenas palabras sólo un poco más de ayuda no combatiente. A la hora de tener que pegar tiros, que los americanos se las apañen con sus amigos anglosajones. Y el caso es que todavía no se ha inventado la manera de ganar una guerra sin pegar tiros, aunque eso no lo sea todo y menos en los combates de contrainsurgencia. Pero sin victoria con las armas no hay nada y si los americanos de tiempos de Obama no ven hombros europeos que se arrimen arriesgadamente, su interés por la Alianza Atlántica va a seguir declinado al mismo ritmo que en tipos del tóxico, para la inmunología europea, Bush. Y sin americanos no hay Alianza y el papel de Europa en el mundo mengua, no crece, por más que, presuntuosamente, nos consideremos un modelo a exportar.

De nada vale que la cumbre actual haya encargado un nuevo concepto estratégico para adecuar las ideas a la cambiante realidad. Si las ideas carecen de medios, compromisos activos y una incontenible voluntad, se quedaran en un bonito ejercicio intelectual. Pero ni siquiera será bonito, porque tendrá que bailar las aguas de 29 estados con un denominador común francamente mínimo: no hacer nada más así se hunda el mundo.   

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