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Manuel Llamas

El reto de Feijóo

La historia nos demuestra que un mal Gobierno, como el ejercido durante la pasada legislatura, puede frenar e incluso paralizar por completo el desarrollo económico que ansía toda sociedad, tal y como está sucediendo hoy en Cataluña.

Se respiran tiempos de cambio en Galicia. La victoria del Partido Popular en las pasadas elecciones autonómicas ha puesto punto y final a la coalición de socialistas y nacionalistas al frente de la Xunta. A partir de ahora el destino político de los gallegos está en manos de Alberto Núñez Feijóo. Un político que, a diferencia de otros –véase Zapatero–, destaca por su perfil de gestor y tecnócrata. Cualidades a tener en cuenta en tiempos de crisis.

El triunfo de Feijóo en las urnas no sorprendió a pocos. Entre ellos, seguramente, al propio Mariano, que tras la conquista galaica ha obtenido una bocanada de aire más que necesaria para mantener su liderazgo al frente del partido. Al menos, por el momento. Sin embargo, si algo demuestra el resurgir del PP en Galicia es el tradicionalismo propio que aún alberga esta sociedad. Un pueblo que vive apegado a la propiedad de la tierra y que, por esta misma razón, escapa como de la peste de todo aquello que huela a expropiación, por mucho que ésta se trate de esconder bajo lemas tales como Ordenación Territorial y Urbanística o Concentración Parcelaria.

PSOE y BNG erraron al pensar que su idea de desarrollo sostenible acabaría engañando a los gallegos. Ilusos. Y es que, como reza el dicho, los experimentos con gaseosa. Con ciertas cosas no se juegan, y menos en Galicia. Este punto fue hábilmente aprovechado por los populares durante la campaña electoral. La demagogia y la falsa progresía de la coalición socionacionalista fueron derrotadas en las urnas.

Muchos empresarios bramaban contra la política de gestos instaurada en la Xunta pero, sobre todo, contra el creciente intervencionismo económico impuesto por el dúo Touriño-Quintana. Ambos se encargaron de paralizar infraestructuras, ambiciosos proyectos turísticos –como puertos deportivos y campos de golf– e industriales bajo la excusa de la protección medioambiental y el buenismo ubanístico. Todo un conjunto de trabas que en nada ha favorecido a la debilitada economía gallega. En este sentido, cabe destacar el rechazo de la Xunta a la implantación de una gran piscifactoría de Pescanova en la Costa da Morte, proyecto que fue recibido con los brazos abiertos en Portugal.

Ante este panorama, no es de extrañar que gran parte del empresariado gallego ansiara la derrota del anterior Gobierno regional. El ejemplo más patente de la nefasta política económica desarrollada hasta el momento lo constituye, sin duda, el hecho de que la administración pública se haya convertido en la principal agencia de colocación de empleo en la región. Así pues, no es de extrañar que, aún hoy en día, muchos universitarios gallegos opten por emigrar ante la falta de perspectivas de futuro.

Feijóo tiene un gran reto por delante. La crisis ya está golpeando con fuerza a esta comunidad autónoma, al igual que al resto de España, y el PP deberá demostrar que está a la altura de las circunstancias. Para ello, el nuevo presidente de la Xunta tendrá que rodearse de un equipo de Gobierno eficiente y capaz, sabedor de los grandes desafíos que le esperan por delante. Por suerte, la sociedad gallega, apegada a la tradición pero con ansias de modernismo y desarrollo, presenta grandes fortalezas, tal y como me advertía muy acertadamente Pedro Santos, un brillante miembro del PP gallego que, junto a otros jóvenes políticos, está llamado a liderar el necesario impulso que precisa esta región.

El turismo, la industria textil y agropecuaria, el sector automovilístico, el ámbito energético y, cómo no, la referencia universal de Santiago de Compostela para la cristiandad, la cultura y la enseñanza son tan sólo algunas de las ventajas competitivas que presenta esta región. Pese a todo, la historia nos demuestra que un mal Gobierno, como el ejercido durante la pasada legislatura, puede frenar e incluso paralizar por completo el desarrollo económico que ansía toda sociedad, tal y como está sucediendo hoy en Cataluña o acontece desde hace años en Andalucía y Extremadura, por citar tan sólo algunos ejemplos. Se abre, pues, un tiempo de cambio político, pero también de esperanza en Galicia. Dentro de cuatro años haremos balance.

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