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EDITORIAL

El Gobierno de los mediocres

El presidente del Gobierno juega su última carta echando al ruedo a una serie de personajes mediocres y chocantes que sólo despiertan desconcierto e hilaridad.

Tras la espantada protagonizada por Manuel Chaves a las pocas horas de que Moncloa anunciase que el Ejecutivo no disfrutaría de vacaciones de Semana Santa, Elena Salgado celebró el sábado una serie de reuniones apresuradas dominadas por la abrumadora presencia mediática y los folios en blanco sobre la mesa de sus participantes. Vanas escenas de entremés propias de un photo call de celebridades de las que lo único que ha trascendido es el apoyo de Economía a los alocados planes de gasto del fracasado Sebastián y el anuncio de una nueva financiación autonómica.

Por su parte, José Blanco se estrenó como ministro concediendo una entrevista a la cadena SER. Tras haber actuado durante años como el principal defensor de la alianza del PSOE con los nacionalistas, el nuevo responsable de Infraestructuras se envuelve ahora en la bandera nacional y asegura que las obras públicas deben estar al servicio de la cohesión del país. Además de prometer la llegada del Tren de Alta Velocidad a Valencia y Galicia, Blanco, en perfecta sintonía con el populismo del resto de sus compañeros de gabinete, se ha comprometido a intensificar la labor del Estado para combatir el desempleo.

Trinidad Jiménez, en su visita a un Centro del IMSERSO ubicado en la ciudad madrileña de Leganés, anunció que su ministerio trabajará para que la Ley de Dependencia se aplique con igualdad en toda España. Sin embargo, nada dijo sobre su financiación o los incumplimientos del Gobierno a este respecto. Engracia Hidalgo, consejera de Sanidad de la Comunidad de Madrid, tuvo que recordarle que debido a la negligencia de Sanidad, en estos momentos su gobierno regional sufraga el 80% de las prestaciones, un nivel muy por encima del 50% estipulado por la legislación.

Imprecisión, gasto desenfrenado, promesas populistas de imposible incumplimiento, intervencionismo económico y patriotismo de ocasión son los rasgos que han marcado las primeras apariciones públicas de unos nuevos ministros cuyo único objetivo es acaparar portadas en los medios de comunicación, aunque sea en la sección de humor.

Por si estas situaciones, a caballo entre lo ridículo y lo insultante, no fueran suficientes, la dimisión de David Vegara como secretario de Estado de economía por motivos personales –léase berrinche por no haber sido nombrado ministro– y la de Amparo Valcárcel al frente de la secretaría de Estado de Asuntos Sociales 24 horas después de que los medios gubernamentales informaban sobre la plena sintonía entre los secretarios de Estado y sus nuevos jefes constituyen la prueba más fehaciente del resquemor y sospecha que suscitan los nombramientos de Rodríguez Zapatero entre los suyos.

Agotado y sobrepasado por una recesión económica que ha desembocado en una crisis de liderazgo en el seno del PSOE, el presidente del Gobierno juega su última carta sacando a escena a una serie de personajes mediocres y chocantes que sólo despiertan desconcierto e hilaridad en una España harta de bromas.

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