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Emilio J. González

Los peores augurios se confirman

Creo que Alberto Recarte debería enviarle su excelente Informe Recarte 2009 para ver si ZP consigue entender que la obra pública nunca podrá sustituir a la construcción como motor del crecimiento económico.

Como era de temer, los peores augurios en torno al cambio de Gobierno se han confirmado, al menos en lo que a la política económica se refiere. En el sillón ministerial de la madrileña Alcalá 7 ya no se sienta Pedro Solbes. Su lugar lo ocupa ahora Elena Salgado. Por desgracia, el cambio de titular no ha venido acompañado de un movimiento similar en las actitudes de Zapatero en relación con la crisis económica y su gestión, sino todo lo contrario: lejos de corregir un rumbo que no lleva más que al desastre, el presidente del Gobierno ahora se siente más libre que nunca para desplegar sus planes, para jugar a ser el Roosevelt español del siglo XXI. Así nos va a ir.

De entrada, Zapatero no ha aprovechado la crisis de Gobierno para plantear todo un programa de reformas estructurales que saquen a la economía española de la grave situación que está comenzando a atravesar... porque esto no ha hecho más que empezar. Por el contrario, en las reuniones que ha mantenido en los pasados días con los tres vicepresidentes del Ejecutivo su insistencia ha sido que se adelanten los plazos de licitación de las obras públicas previstas para esta legislatura, sin preguntarse ni tan siquiera cómo las va a pagar después. Eso es lo único que tiene en mente, el mito del New Deal de Roosevelt y de que el impulso que dio a la obra pública sacó a Estados Unidos de la Gran Depresión cuando la verdad es muy distinta. Ahora Zapatero quiere repetir esa experiencia en España, sin detenerse por un solo instante a reflexionar sobre la naturaleza de la actual crisis económica, sobre los pasos que hay que dar y sobre cuál debe ser el orden de las medidas a tomar. Creo que Alberto Recarte debería enviarle su excelente Informe Recarte 2009 para ver si ZP consigue entender que la obra pública nunca podrá sustituir a la construcción como motor del crecimiento económico, que lo que se precisa es cambiar de modelo y que, antes que seguir gastando y gastando a tontas y a locas, sería mejor que se preocupara de verdad por estabilizar el sistema financiero español y por conseguir que las empresas, sobre todo las pymes, cobren cuando deben para evitar que muchas de ellas quiebren y destruyan aún más empleo. Por desgracia, Zapatero no ha hecho una sola referencia a este asunto, quizá porque de sacarlo a colación, alguien le diría que "menos obra pública y más pagar las administraciones sus deudas".

Después parece que la estrategia del nuevo Gobierno pasa por apaciguar a los sindicatos para que no le convoquen una huelga general, que iría en contra de la política de marketing que quiere seguir desplegando Zapatero para tratar de encubrir que el Ejecutivo, en el mejor de los casos, no hace nada para combatir la crisis y, en el peor, las decisiones que toma agravan, o van a agravar, aún más la situación. A esa filosofía responde el encuentro que va a mantener Elena Salgado con los sindicatos. Sobre el papel, no habría nada que objetar a que un ministro de Economía recién llegado al cargo mantenga un encuentro de conocimiento mutuo con las centrales sindicales. Por el contrario, es de lo más normal. Lo malo es que ese interés por restaurar el diálogo social puede acabar en nuevas subvenciones y ayudas públicas para tratar de callar a los sindicatos y que no se echen a la calle para protestar por el grave deterioro de la situación sociolaboral. Eso es lo que realmente le importa a Zapatero, que no le convoquen una huelga general, no sentarse a dialogar con los sindicatos sobre cuestiones tan importantes como la reforma laboral.

De aquí se deriva el tercer problema: Elena Salgado. Por supuesto, como recién llegada al cargo merece el beneficio de la duda, pero todo parece apuntar a que Zapatero la ha colocado en la poltrona ministerial de Economía para que, en vez de oponerse a sus planes, los ejecute. Y eso es lo malo, porque la ministra de Economía debe saber decir "no" cuando corresponde –como sucede en estos momentos– y poner sobre la mesa lo que de verdad hay que hacer, por duro que resulte a corto plazo y por poco que le guste a Zapatero. Sin embargo, Elena Salgado no parece ser la persona adecuada para ello, posiblemente porque su experiencia en el ámbito económico es nula y porque técnicamente no está preparada para el nuevo puesto que ocupa en el Ejecutivo. No obstante, eso es algo de lo que creo no se debe culpar a Salgado, sino a quien la nombró, que lo hizo deliberadamente para poder actuar a sus anchas en materia de política económica sin que nadie le diga que esto o aquello no se debe, o no se puede, hacer. Zapatero sólo tiene en mente dos cosas: su imagen y su deseo de emular a Roosevelt y nadie en el Gobierno le va a quitar eso de la cabeza. Otra cosa es lo que después suceda y lo más tarde vayan a opinar los españoles al respecto. Pero eso ya se verá con el tiempo. Por ahora, basta con señalar que los peores augurios sobre el cambio de Gobierno empiezan a confirmarse.

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