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Cristina Losada

Montes, héroe médico del socialismo

Es un signo del estado moral del socialismo español que el médico más celebrado por sus dirigentes y bases sea un anestesista llamado Luis Montes. Sus méritos para ser el médico progresista por excelencia no los hizo curando enfermedades y salvando vidas.

Es un signo del estado moral del socialismo español que el médico más celebrado por sus dirigentes y bases sea un anestesista llamado Luis Montes. Sus méritos para ser el médico progresista por excelencia no los hizo curando enfermedades y salvando vidas. La hazaña que le llevó a acceder a ese rango fue servir de ariete de una ofensiva política proyectada en términos maniqueos aptos para el consumo de infantilizados y sectarios. Así, una posible mala praxis con relevancia penal fue transmutada por el PSOE en un enfrentamiento ideológico cuyo fango ha cubierto una atroz realidad de la que se conoce sólo una muestra.

Montes tuvo a su favor la cobardía corporativa, el circo mediático y farandulero y la red amiga en la judicatura. Desde ese trampolín saltó a los brazos del presidente en vísperas electorales. Fue presentado como un mártir, un adalid de la muerte dulce frente a unos partidarios de la muerte con dolor que nadie conoce, un benefactor de los moribundos al que se quería quemar en hogueras inquisitoriales. Se le hizo un traje de Servet a un Calvino. Coacciones, amenazas y represalias sufrieron los médicos que no tragaron con sus métodos. Instaló un "sedadero" en unas Urgencias, cosa insólita. Se daba por desahuciados a enfermos, pero no se los enviaba a Cuidados Paliativos. Se administraban sedaciones en dosis excesivas y con peligrosos cócteles de fármacos. Tal gestión fue alabada, pues reducía el número de pacientes que ingresaban en planta.

Se trata de un médico que sólo da conferencias sobre la muerte. Su pupilo favorito solía llevar un anillo con una calavera. Totenkopf. Avinesa comparó sus actuaciones con las de los nazis. Vidas indignas de ser vividas. La decisión se tomaba con una tabla de puntos sacada de contexto y sin consultar a muchas familias. En su día el anestesista proclamó su deseo de venganza. Se ha querellado contra periodistas, contra un político y contra seis médicos que dictaminaron sedaciones fuera de lex artis. Pero no lleva a los tribunales a los facultativos del Severo Ochoa a los que señala en su libro como autores de las acusaciones y denuncias. No le interesará que hablen.

La estridente cacofonía de la propaganda ha dado por inexistentes las irregularidades, pero la sala de la Audiencia, de simpatías socialistas, no borró los datos y las valoraciones de los informes, que son elocuentes. El PSOE le utilizó para su agit-prop, pero Zapatero, después de abrazarle tiernamente, no le hizo su galeno de cámara. Hubiera marcado distancias con Felipe González, cuyo médico de muchos años estaba en el Severo y se opuso a Montes.

La ministra de Sanidad ha estrenado su cargo dando por cierto lo que el anestesista sostiene en su querella reciénadmitida: que las denuncias eran falsas. Impúdico alineamiento y sobre todo imprudente. ¿O sabe Trinidad Jiménez, de los Jiménez Villarejo, que les va a dar la razón la sentencia? Montes es el héroe a medida de un progrerío español fascinado con la posibilidad de disponer del control absoluto sobre la muerte de otros.

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