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Juan Ramón Rallo

Para empezar, que dimita Zapatero

Después de meses despreciando las políticas económicas liberales que pueden sacarnos de la crisis, parece que la primera decisión importante a aprobar debería ser el cese de Zapatero y la convocatoria de nuevas elecciones.

Recordar aquel lejano slogan electoral socialista de "Por el pleno empleo" resulta hoy no sólo insultante sino anacrónico. Nadie en su sano juicio le concede a esas cuatro palabras la menor credibilidad ya que las cifras del paro, trimestre tras trimestre, nos han hecho perder toda esperanza.

Pese a lo absurdo que nos parezca en perspectiva ese cartel, apenas hace un año estaba colgado por todas las calles de España y sirvió al PSOE para ganar las elecciones. Quizá los españoles deberíamos plantearnos quién ha hecho más el ridículo aquí: si ellos por prometer el pleno empleo en la antesala de la mayor destrucción de puestos de trabajo de nuestra historia o nosotros por creerlos.

En todo caso, el mal ya está hecho y bien que lo están sufriendo cada día miles de españoles; en concreto, y con los deprimentes datos de la EPA en la mano, casi 9000 personas pierden diariamente su empleo. Ya hemos llegado a los cuatro millones de parados, esa cifra que hace escasos meses Corbacho y Solbes juraban que nunca alcanzaríamos; del mismo modo que, dicho sea de paso, Corbacho promete ahora no llegar a los cinco millones y que el sistema de pensiones no corre ningún peligro.

¿Existe algún Ejecutivo en toda Europa con más mentiras económicas en su haber? Esto no tiene nada que ver con errores de diagnóstico, sino con una deliberada voluntad por engañar día sí y día también a todo el mundo; como ya hicieron durante la campaña electoral –y como parecen estar haciendo en esta otra campaña electoral extendida en la que han convertido la IX legislatura– han negado la realidad cuando estaba justo delante de sus narices. ¿Y por qué? Simplemente para justificar su inacción reformista: Zapatero sabe que no sobrevivirá con un rechazo explícito de su electorado más radical y con una sublevación sindical. El presidente del Gobierno se ha convertido en preso de su propia ideología, no puede dar un paso atrás so pena de perder el poder. Así que prefiere arrastrarnos a todos con él e ir maquillando un poco la situación.

Sin embargo, por muchos polvos que le ponga, la situación resulta ya demasiado sangrante como para que este Ejecutivo siga enrocado en la típica costumbre política de aferrarse al sillón. En un año, el número de parados se ha duplicado de dos a cuatro millones y las recetas socialdemócratas que se consideraban efectivas entonces –no liberalizar el mercado de trabajo, no recortar las cotizaciones a la Seguridad Social e incrementar el subsidio de desempleo– se siguen juzgando pertinentes ahora, ¿acaso quieren que pasemos de cuatro a ocho millones en 2010?

No, es imprescindible un cambio de rumbo a menos que queramos que las tensiones económicas, políticas y sociales terminen descomponiendo –argentinizando o libanizando– el país. Obviamente España atraviesa una crisis económica de mucha gravedad y nadie debería esperar que la reestructuración fuese sencilla. Precisamente por eso, es el momento de olvidarse de la cantinela zapateril y de aplicar grandes reformas en todos los ámbitos: hemos vivido una década en una falsa prosperidad y ahora la cruda realidad llama a la puerta.

Tres son las recetas esenciales que hacen falta no sólo para solucionar la lacra del paro, sino para empezar a salir de la crisis. Primero, liberalización profunda de todos los mercados (laboral, energético, minorista y de transportes). Segundo, poner fin a todas las iniciativas de rescates de promotores y demás empresas en dificultades. Tercero, recorte muy drástico del gasto público para eliminar el déficit público y poder bajar impuestos.

Este Gobierno ni tiene voluntad ni está en absoluto legitimado para liderarlas, ya que lleva meses sosteniendo que tales medidas son justo las contrarias a las que hay que adoptar. Así les va y así nos va. Por tanto, parece que la primera decisión importante de política económica a aprobar debería ser el cese de Zapatero y la convocatoria de nuevas elecciones. Claro que esto no es más que política ficción: ni Zapatero va a disolver las Cortes en sus horas más bajas ni probablemente Rajoy tenga el valor necesario para sacar ese programa adelante.

Por eso, dentro de unos meses seguiremos lamentándonos de cuánto empleo se destruye en España y el Ejecutivo continuará prometiéndonos que dentro de un trimestre veremos la ansiada recuperación. Supongo que en algún momento acertarán si es que antes la sociedad no revienta.

En Libre Mercado

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