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Pablo Molina

Fuera por hereje

"Trabajar bien", en la jerga partitocrática, no tiene nada que ver con la honestidad intelectual y la preocupación por atender las tareas encomendadas, sino con la unción acrítica a los nuevos postulados del comité que elabora las listas electorales.

Todos los partidos políticos tienen un cierto componente de secta, pero en el PP a veces se pasan. El culto al líder exige que los fieles cambien radicalmente de opinión cuando el dirigente decide adoptar otra estrategia, aún cuando ésta sea contraria a la que se venía manteniendo en el grupo, algo difícil de asumir cuando se tienen ideas, principios y valores sólidos y cierto respeto por uno mismo. En cambio, los relativistas que pretenden seguir figurando en la elite partidista no tienen ningún inconveniente en decir hoy lo contrario que ayer. Es más, negarán que algún día hayan defendido algo distinto a lo que marca la ortodoxia vigente en el seno del partido. Y como son un círculo cerrado, en el que la imagen que proyectan hacia un electorado cautivo no es algo que importe demasiado, la única labor imprescindible cuando el dirigente máximo establece un cambio de rumbo es detectar a los que pretenden seguir defendiendo los valores que caracterizaron siempre a la organización, primero para intentar reconducirlos, después para aislarlos y finalmente dejarlos tirados en la cuneta, pero eso sí, sin levantar mucho ruido no sea que algún simpatizante del heresiarca decida cambiar el sentido de su voto.

El caso de Luis Herrero es interesante dada la extraordinaria popularidad del personaje, forjada tras décadas de labor diaria en la radio española. Los votantes conocen a Herrero no por aparecer en un cartel junto a Rajoy colgado de una farola (el cartel), sino por escucharle prácticamente a diario desde hace lustros, así que saben cuáles son los principios que defiende, precisamente los mismos a los que ha hecho honor en su paso por el Parlamento Europeo. Otro error de Luis Herrero, pues a Europa no se va a defender las ideas que el partido ha considerado siempre como fundacionales, sino a hacer amigos, trincar la pasta y difuminarse en los perfiles del paisaje, especialmente cuando se discuten temas candentes que afectan a la libertad de los ciudadanos.

En esos asuntos peliagudos, como el derecho a utilizar la lengua propia en todo el territorio español o la denuncia de los atropellos de la tiranía chavista, los partidos prefieren no significarse demasiado, no sea que en sus respectivos países les acusen de crispar también las instituciones europeas. Si el líder de la secta ha decidido, además, que el nacionalismo separatista es un elemento a considerar de cara a futuras alianzas estratégicas y al que, por tanto, no conviene molestar, la visión de uno de sus parlamentarios luchando con brío para que la cámara de Estrasburgo sancione políticamente los abusos de estos nuevos socios tiene que resultar forzosamente incómoda.

Por eso, cuando Rajoy dice que sólo repetirán los que han trabajado bien, Herrero debe aceptarlo como un halago merecido. Porque "trabajar bien", en la jerga partitocrática, no tiene nada que ver con la honestidad intelectual y la preocupación por atender diariamente las tareas encomendadas, sino con la unción acrítica a los nuevos postulados del comité que elabora las listas electorales. Herrero es un heterodoxo, un personaje incómodo que por fuerza tenía que salir del cotarro electoral del Neo-PP. De hecho, si Rajoy hubiera decidido mantenerle en la lista al Parlamento Europeo, muchos de los seguidores del periodista hubieran comenzado a preocuparse seriamente.

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