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José T. Raga

Una cercanía falaz

Pero Zapatero nada tiene que ver con la crisis. Como nada tienen que ver los trabajadores, aunque éstos, en contraposición al caso del presidente del Gobierno, sí que están pagando los efectos de la crisis en sus propias carnes.

Al menos una cualidad hay que reconocer a nuestro presidente del Gobierno: su condición de experto en la búsqueda y hallazgo de frases gloriosas o de titulares atractivos, aunque ni las primeras ni los segundos encuentren reflejo cierto en la vida real. Sé que se me dirá que, en tales condiciones, lo que estamos llamando cualidad no es tal, pues no pertenece al ámbito del intelecto sino al del trapicheo. Y ahí tengo que reconocer que me han cogido desprevenido, que tienen ustedes razón al enjuiciar así las cosas; si bien, en mi descargo, alegaré donde proceda que he sido traicionado por mi buen deseo de encontrar algo positivo que destacar en nuestro presidente.

Pero vayamos al tema que nos ocupa. El pasado miércoles, el señor Rodríguez Zapatero estuvo glorioso en eso que hemos quedado que no es cualidad, pero que sí atrae espacios radiofónicos y caracteres tipográficos. No utilizó los términos evangélicos de estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos, pero sí algo que en su laicismo viene a ser equivalente. Para que le oyeran los trabajadores, porque si no, no tendría gracia ni justificaría su esfuerzo y, ante la celebración inminente del primero de mayo, aseguró que en las manifestaciones obreras de esta fecha, él estará junto a los trabajadores que indebidamente están pagando una crisis con la que nada tienen que ver.

No dijo si asumiría el honroso papel de portador de la pancarta –función que bien merecería conceder el título de pancartero a quien la desempeñe– o si su cercanía lo sería desde La Moncloa –me refiero al Palacio de su residencia– al tiempo que se distrae y gana habilidad con la Wii; o si quizá dejaría patente su cercanía desde Doñana, pues un presidente, además de estar cerca, debe de encontrarse a sí mismo para poder encontrar después a los que deben de pagar la crisis, porque esos sí que tienen que ver con ella.

Mi preocupación en este momento queda reducida a un nivel muy simple, muy primario. ¿Habrá alguien que tras oír las palabras del presidente reaccione ante ellas con moderada aceptación? ¿Es posible que en una España que pretende relacionarse con el mundo del conocimiento, de la cultura, del saber, exista todavía alguien que se deje convencer por tal manifestación? Pienso, quizá es que yo sea muy raro, que la reacción más lógica sería la de sentirse insultado por las palabras del presidente; y el insulto es para todos, para trabajadores y obreros, para empresarios, para estudiantes y profesionales, para familias...

Más aún si se piensa que quien hace el discurso es el presidente del Gobierno y no un extraterrestre que por razones incomprensibles y no deseadas acaba de aterrizar en nuestro suelo patrio, no conociendo lo que aquí ocurre ni de quién depende que así sean las cosas, o quién y qué se tiene que hacer para que sean de otra manera. Me atrevo a pensar, y lo digo con absoluta convicción, que el señor Rodríguez Zapatero considera que él nada tiene que ver, tampoco, con la crisis económica y con los cuatro millones y medio largo de parados que sufren esa lacra en nuestro país, de ellos un millón sin prestación ni subsidio, con escasas esperanzas de que la situación cambie a mejor y puedan ver una salida a la que acogerse.

Esa preconizada cercanía, a mí me merece la misma credibilidad que la creencia del mismo protagonista de que, probablemente, lo peor de la crisis haya pasado ya. Y esto lo decía el mismo día que conocíamos que el Producto Interior Bruto del primer trimestre del año en curso disminuía un 2,9% respecto al primer trimestre del año anterior, a la vez que lo hacía, también contractivamente, en un 1,8% respecto al trimestre anterior; cuando ese trimestre, a su vez, había disminuido un 1,1% respecto del tercer trimestre de 2008, que asimismo lo había hecho en un 0,2% respecto al segundo trimestre del mismo año. Es decir, que ante una cascada de disminuciones del PIB, aceleradas en sus cuantías que, además, tienen carácter acumulativo, el señor presidente tiene la intuición de que es probable que lo peor de la crisis haya pasado. Eso hace suponer que la inacción que ha mostrado hasta ahora para afrontar la crisis seguirá siendo la tónica que continuará en el inmediato futuro, al tiempo que las cifras del desempleo crecen y crecen a un ritmo semejante al que decrece y decrece el Producto Interior Bruto.

Pero él nada tiene que ver con la crisis. Como nada tienen que ver los trabajadores, aunque éstos, en contraposición al caso del presidente del Gobierno, sí que están pagando los efectos de la crisis en sus propias carnes. Tampoco tienen nada que ver los sindicatos pues, ante unas propuestas realizadas por la CEOE –alguien por lo visto se atreve a hacer propuestas en este país– UGT, por boca de su señor Cándido Méndez, sólo es capaz de decir que con esa propuesta, la parte empresarial está rompiendo el diálogo social. Quizá porque el diálogo social fuera para no hablar de nada y, por supuesto, nada de definir una propuesta de acción cuya medida remediase la grave situación con que se encuentra el empleo en el momento actual.

O sea, que, en lugar de encontrarnos ante un diálogo social, con voluntad por cada una de las partes de comprender y de alumbrar medidas para mejorar la condición de los trabajadores, estamos ante un caso de diletantismo social, en el que los comparecientes se citan, se fotografían, lanzan un mensaje de confrontación –pues si se acaba el discurso del conflicto entre capital y trabajo, se acaba el negocio sindical– y, a lo sumo, dejan constancia del deseo de reunirse; aunque no nos consta siquiera que pretendan iniciar unas negociaciones, por si acaso llegan a un acuerdo.

Con tanto protagonista que nada tiene que ver con el libreto, veo difícil que el escenario dramático de hoy pueda tornarse en halagüeño y esperanzador en un mañana próximo. Y eso partiendo de una cercanía, porque si nos situáramos en la lejanía, no puedo imaginar cómo acabaría el asunto.

¿Saben qué les digo? Que allá cada uno con sus responsabilidades. 

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