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Pedro de Tena

La tragicomedia sindical

Aquellos semifuncionarios de entonces, funcionarios a tiempo parcial, se han convertido en funcionarios sindicales a tiempo completo y dependientes de sus direcciones que son las que ponen los nombres en los casilleros de los "liberados".

La tragicomedia de este Primero de Mayo, la conmemoración de los mártires de Chicago de 1886, por cierto anarquistas sindicalistas norteamericanos, ha sido tan escandalosa que cualquier trabajador asalariado y/o autónomo con sentido ético y con espíritu sindical estaría vomitando por las esquinas si supiera lo que se esconde detrás de las apariencias. Algunos, en nuestra juventud más tierna y más ingenua además de idiota –en sentido psicológico puesto que al parecer nos apetecía más el reconocimiento social que la verdad desuda de los hechos–, fuimos ya testigos de la necesidad de estos denominados "sindicatos de clase" de metamorfosear las personas en masa y una vez sumidas en la anónima condición amorfa, manipular sus intereses sin misericordia.

Cualquier sindicalista recuerda, o debiera recordar que –en el preámbulo de los Estatutos de la Primera Internacional la afirmación principal debida al propio Marx pero desde luego inspirada por las organizaciones de base obreras de la Europa de entonces– se decía que "la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos", es decir, no del Estado, no de los partidos, no de nadie más que de ellos mismos. Y ahí radicó la primera manipulación. Los trabajadores mismos no son cada uno de los trabajadores mismos, sino las organizaciones y partidos que los representan. Inmenso trabajo el que se tomaron los manipuladores en sustituir la opinión real de las personas por las declaraciones oficiales de las cúpulas.

Todo el mundo con sentido de la verdad tiene que recordar cómo eran aquellas asambleas en las que cuando los sindicalistas manipuladores, vinculados habitualmente al PCE y luego la UGT tenían mayoría suficiente se imponía el voto a mano alzada mientras las miradas de los comisarios políticos oteaban el panorama adquiriendo información acerca de los abstencionistas o votantes en contra. Cuando no tenían la mayoría la cosa era muy sencilla: se trataba de llamar fascistas, franquistas y esquiroles o amarillosa todo aquel que osase discrepar. Si tomaban la palabra, se reventaba la asamblea y ya estaba.

Recuerdo cómo fueron los hechos en los convenios de la Vid en los que participé como sindicalista, primero en los sindicatos autogestionarios independientes de Jerez y la provincia de Cádiz y luego incorporado a la USO, lo más honrado del movimiento sindical español junto con la nueva CGT. Como saben, la Vid en Jerez era la industria básica, la gran industria, casi la única industria con repercusión nacional e internacional. Era por los años 1978 y 79. Representaba a la patronal, a la dura patronal jerezana, Antonio Gutiérrez Castaños, ex abogado laboralista del bufete de Felipe González en Sevilla, hombre complejo y avezado. Tras casi un año de negociaciones en los que este tonto que escribe la columna aportó datos industriales, sociológicos, contables y técnicos para defender que la tarta resultante del trabajo colectivo podía repartirse de otro modo, los sindicatos " de clase" no hablaban. Luego me contó Antonio Gutiérrez que tenían firmado el convenio a las espaldas de todo el mundo pero que pretendían que su "acuerdo" se interpretara como contribución a los Pactos de la Moncloa de por entonces. Eran minoritarios en el sector pero engañaron a todo el mundo, la USO incluida, firmando a sus espaldas un convenio manifiestamente mejorable pero no conveniente para los partidos políticos que los habían convertido en correa de transmisión, PSOE y PCE.

En las empresas en las que dominaban Comisiones y UGT, jamás se hicieron votaciones para ir o no ir a la huelga con urnas e identificaciones absolutamente necesarias en una democracia seria. En las bodegas donde éramos mayoritarios se hacía tras informar ampliamente de las alternativas disponibles, en uno u otro sentido. Testigos hay que podrían hablar de aquellos días en los que, equivocados esencialmente como estábamos, aquel puñado de jóvenes enardecidos por la historia y las circunstancias siempre fuimos respetuosos con las personas concretas y limpios con los procedimientos.

De aquellos polvos vienen los lodos de ahora. Aquellos semifuncionarios de entonces, funcionarios a tiempo parcial, se han convertido en funcionarios sindicales a tiempo completo y dependientes de sus direcciones que son, con los poderes políticos, las que ponen los nombres en los casilleros de los "liberados". USO, CGT, los sindicatos independientes, de rama, de empresa... todos fueron poco a poco orillados de la influencia social y política. Para conseguirlo instauraron la norma del listón que les interesaba y se los cargaron. Los trabajadores españoles quedaron a merced de los partidos políticos y no lograron acumular su poder específico, profesional y social, para tratar de pesar en el concurso de los demás poderes vigentes en la democracia.

Observando el escandaloso comportamiento de estos días de estos tragicómicos "sindicalistas de clase" (de la clase fetén) que viven de los presupuestos del Estado sin que nadie sepa qué cobran del Estado ni cuántos liberados tienen –en Andalucía hemos demostrado que en sólo 4 años CCOO y UGT han recibido 265 millones de euros, 43.000 millones de las viejas pesetas nada menos, cifra superior a las ventas de la mayoría de las empresas andaluzas–, la reflexión se impone. Dos caminos.

El primero, investigar en profundidad y exhaustivamente el dinero recibido por UGT y CCOO, sus fundaciones y empresas,  desde la instauración de la democracia tanto del Estado, como de las Comunidades Autónomas, como de los ayuntamientos y la Unión Europea. Advertimos que la cifra final puede ser más que escandalosa y motivo suficiente para preguntar por qué los ciudadanos, los que votan y los que no, los que votan a unos y a otros, tienen que pagar hasta el papel higiénico de estos sindicatos.

El segundo, USO y las demás organizaciones sindicales más o menos autónomas e independientes de los partidos políticos, tienen que poner manos a la obra para desatar un impulso organizativo que conduzca a la cristalización de una tercera gran organización sindical capaz de respetar los derechos y deberes de los trabajadores, personas que no masa, y hacerlos valer en la sociedad española.

Sí, sí. Es difícil. Pero, ¿saben lo que le dice el perro al hueso? "Tú eres duro, pero yo no tengo otra cosa que hacer".

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