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Pedro de Tena

Nadal, ejemplo para España

Nadal gana con las reglas puestas, con las mismas que el adversario, con jueces dignos que juzgan según la verdad, los hechos y las reglas, no según su propia conveniencia, su culto a la personalidad o sus genuflexiones ante los poderosos.

Leyendo sobre la conspiración de los altos cargos de la Ertzainza con los dirigentes del PNV, pensé que no valía la pena hablar ni escribir del "régimen nacionalista" impuesto desde 1978 por los "padres", que mintieron de ETA. Tan sólo que es un régimen a cuya imagen y semejanza, fuese quien fuese el modelo, se edificó el andaluz tiñendo al socialismo sureño de andalucismo barato, tarea de Escuredo, el de las manos ligeras, el que robó los símbolos de Gerión Rojas Marcos mientras pelaba langostinos en sus horas de huelga. Javier Arenas debe leer con atención estos sucesos porque a él le esperan, si es que llega alguna vez a la presidencia de Andalucía, comportamientos parecidos. La tela de araña socialista de la España del Sur, desde Cáceres a Almería pasando por Ciudad Real, no es menos recia y resistente que la de los herederos de Arana. Ninguno de ellos cree realmente en la democracia. Cree en la dominación y, consecuentemente, en un régimen de dominación con la oposición controlada. Sí, eso, recuerden al PRI mexicano.

Así que me he dicho mejor escribir sobre la España Nadaliana, esa España a mi entender mayoritaria, que espera el milagro del reconocimiento. El partido del sábado frente a Jokovich es el emblema de esa España postergada por políticos mediocres, por tigelinos sin escrúpulos, por empresarios desalmados, por sindicalistas sin vergüenza, por arúspices de bolsillo, del propio, por pregoneros "sobrecogedores"(de distintos tamaños e importes tales "sobres") o, para terminar, por campos de juego donde la trampa, la mentira y el fraude son cada vez más aceptados como naturales o normales.

No será perfecto, porque se rasca el culo antes de sacar, porque es maniático con las botellitas de agua, porque da saltitos cuando va hacia el fondo, porque a veces el saque se le ha ido de vacaciones, porque... en fin, porque es un hombre, aunque nada menos que todo un hombre.

Pero Nadal puede representar a esa España de la libertad. A los 22 años ha hecho lo que su libertad le ha dictado y eso implica que la ha tenido. Libertad y oportunidades. Que todo ciudadano español viva donde viva y sea quien sea disponga de esa libertad –sin libertad nada es posible–, y de esas oportunidades en igualdad de condiciones con todos los demás aspirantes, es una España a la que amamos aunque sea en su forma primaria de entelequia.

Nadal representa, además, a esa España que no sólo quiere libertad y oportunidades sino también a la que es capaz de aprovechar las oportunidades con esfuerzo, con sacrificio, con sentido de la responsabilidad y con eficiencia. Una vez oí a Cándido Méndez cuando trataba de explicar las diferencias entre eficacia y eficiencia sin lograrlo. No sabía qué era una y qué era otra. Naturalmente que no lo sabe. El basto socialismo del que presume no tiene ni idea de la eficiencia: hacer las cosas de la mejor manera, y muy poca idea de la eficacia: hacer las cosas. Se demuestra estos días. Se entregan 8.000 millones a los ayuntamientos, pero ni se consigue la reducción significativa del paro ni se ponen las condiciones para que eso sea posible invirtiendo en estructuras productivas.

Nadal es competitivo como la España de la competencia con la que soñamos. La competencia afecta a las personas individualmente y afecta a las reglas del juego. Hay que ser, personalmente, competentes cada cual en la ocupación elegida desde la libertad –no desde planificaciones socialistas ideológicas y vanas–, para competir en serio. Y hay que ser respetuosos y rígidos en la defensa de las reglas básicas de la competencia en el sistema social y productivo. A cualquiera le ejecutan la hipoteca o el impagado en un pispás, pero los bancos le perdonan a Prisa lo que sea, como los Tribunales y los gobiernos cuando perdió el caso de Antena 3. Y podríamos seguir y seguir... Nadal gana con las reglas puestas, con las mismas que el adversario, con jueces dignos que juzgan según la verdad, los hechos y las reglas, no según su propia conveniencia, su culto a la personalidad o sus genuflexiones ante los poderosos.

Nadal, por si fuera poco, es respetuoso con el adversario, pieza insustituible del propio triunfo, pero elemento capaz de infligir derrotas en esta maravillosa danza de la alternancia que hace que nadie pueda mandar, gobernar, dominar o triunfar indefinidamente. Respeto al adversario significa concederle estatus de igualdad esencial con uno mismo, capacidad, motivación, propósitos tan nobles y tan legítimos como los propios, no señalarlo como inmoral o como estúpido.

Y ya, para terminar, Nadal es humilde, sabe que sólo es un hombre, una persona. Decía el teólogo: "Todo lo que digo yo de Dios es meramente lo que dice un hombre". La tierra está cubierta por el polvo de los muertos que pasaron y vivieron y espera el polvo de los que morirán. Nadie es lo suficientemente bueno como para matar, robar, insultar, dañar o perjudicar a otro hombre. Antes de uno hubo genios, capitanes, artesanos y pecadores y tras de uno, los seguirá habiendo. Cada uno de nosotros es un ciudadano, eso sí, que con otros ciudadanos podemos hacer una obra de arte política generando las condiciones que nos den más libertad, más dignidad, más oportunidades y más seguridad o convertir la convivencia en un desastre. Somos propietarios de un granito de arena, que podemos organizar con otros bajo la forma de castillo imponente, o que podemos pisar y olvidar.

Pero claro, Nadal es un triunfador y al final sólo puede quedar uno. ¿Y el resto? Ciertamente, está en el meollo de la percepción humana atender casi obligatoriamente a lo que destaca sobre el conjunto. Pero si Nadal es hoy triunfador es porque tuvo a su alcance las condiciones de llegar lejos en lo que su libertad decidió. Si el resto, todo el resto, cada persona del resto, tiene las mismas oportunidades y hace lo que Nadal –sacrificio, esfuerzo, voluntad, templanza, fe en sí mismo, competencia y valor–, quizá, como decía el publicista, no pueda alcanzar las estrellas pero nunca tendrá entre las manos un puñado de barro. Y como cuando se ganan centímetros por la buena alimentación infantil, ganaremos todos centímetros en nuestra estatura moral e histórica.

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