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EDITORIAL

Argumentos frente a consignas

Entre apelaciones a la paz mundial y a la alianza de civilizaciones deslizaba las clásicas consignas izquierdistas al uso, muy del gusto del votante socialista incondicional y que, por su propia naturaleza, son incoloras, inodoras e insípidas.

En la coyuntura económica actual difícil lo tiene el Partido Socialista para defender su lamentable gestión de la crisis y, como consecuencia, para pedir el voto en unas elecciones que se perciben lejanas y de no demasiado fuste. Quizá por ello tanto socialistas como populares presentan a dos ex ministros con un gran peso específico dentro de sus respectivos partidos y con gran gancho en el electorado. El partido de la derecha al incombustible Mayor Oreja, que cosechó un excelente resultado en las Europeas de 2004, y el de la izquierda a López Aguilar, un político escurridizo y de recurso fácil que, a pesar de su victoria electoral en Canarias, se quedó sin gobernar por un pacto entre el Partido Popular y Coalición Canaria.

Lo que Zapatero buscaba escogiendo a López Aguilar es reutilizar su fórmula de naderías buenistas en la campaña europea. Al igual que Zapatero, el canario es un experto prestidigitador de la consigna política. Y así lo ha demostrado en el debate con Mayor Oreja. Entre apelaciones a la paz mundial y a la Alianza de Civilizaciones deslizaba las clásicas consignas izquierdistas al uso, muy del gusto del votante socialista incondicional y que, por su propia naturaleza, son incoloras, inodoras e insípidas, pero tienen un atractivo irresistible para el progresista medio, adicto a los barbitúricos intelectuales. Frente a semejante aluvión de pequeñeces sin sentido alguno en la complicada situación en la que nos encontramos, Mayor trató de hilvanar un argumentario más o menos coherente de oposición.

El problema, una vez más, es que los socialistas se han exculpado mentalmente de la crisis y, lo que sorprende aún más, se las ingenian de maravilla para vender su propia coartada al tiempo que le colocan el muerto a sus adversarios. Las continuas referencias al "ultraliberalismo" o a la "codicia", latiguillos ambos de inconfundible aroma zapaterino, son buena muestra de ello. Con todo, Mayor ha estado ágil y ha sabido conducir el debate a su antojo llevando a su oponente a campos minados como el del aborto, momento en el que López Aguilar, falto de otros recursos, ha echado mano de los siempre socorridos Yak-42, 11-M y, por descontado, la guerra de Irak, evento ya imprescindible en el arsenal electoral del PSOE sin que acuse el paso del tiempo.

Al final, como en todo debate electoral que se precie, por encima de la retórica y de las acusaciones mutuas, lo importante son las señales que los dos partidos envían a sus respectivos votantes potenciales. Y más cuando el fantasma de la abstención aletea sobre la convocatoria del 7 de junio y la amenazadora sombra de otras formaciones como UPyD no hace sino crecer. López Aguilar confía en la baraka de Zapatero y el poder seductor de las palabras bonitas. Hasta el momento les ha funcionado y nada hace pensar que vayan a cambiar mucho las cosas, habida cuenta del dominio del paradigma político que monopoliza el PSOE desde hace un lustro. Mayor Oreja, sin embargo, ha vuelto en sus mejores momentos a guiñar un ojo al votante típicamente popular, al que forma ese suelo electoral defraudado últimamente por la tibia oposición de Mariano Rajoy.

Al final será el votante quien decida. Entre tanto, nada nuevo bajo el sol. La artillería dialéctica del PSOE es un más de lo mismo enriquecido y expuesto con más desfachatez que nunca. Para el PP, por su parte, podría abrirse una oportunidad de distanciarse que Mayor Oreja haría bien en no desaprovechar.

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