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EDITORIAL

El mayor reto de Patxi López

Por primera vez en 30 años, todas los mecanismos –políticos y policiales– para aplastar a ETA pueden utilizarse a pleno rendimiento. La cuestión es si las autoridades responsables tendrán el coraje, la intención y la habilidad para emplearlos.

ETA retomó ayer la que siempre ha sido su principal actividad: matar. Este viernes acabó con la vida del inspector de la Policía Nacional Eduardo Puelles García mediante una bomba lapa colocada en su automóvil. Tras 40 años de asesinatos, nadie debería sorprenderse de que estos criminales continúen agrandando su sangriento historial. La irracionalidad y la maldad, combinadas con una ideología sectaria, excluyente y fanática, tienen como inevitable colofón que la amenaza terrorista siempre esté latente y que en cualquier momento pueda mostrar su cara más funesta.

La civilización no debería ponerse en la piel de la barbarie para tratar de comprenderla y buscar motivaciones racionales. Simplemente no las hay: el terrorismo debe ser rechazado en el plano intelectual y, sobre todo, combatido policialmente en la práctica. Para lo primero, es fundamental aislar a ETA y no concederle ningún tipo de justificación o dispensa a su actividad; para lo segundo, todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado deben trabajar de manera conjunta y coordinada en el único objetivo de poner punto y final a la banda.

El primer gobierno constitucionalista en la historia del País Vasco ofrece una oportunidad histórica para alcanzar ambas metas. Por un lado, el Ejecutivo vasco carece por fin de ataduras y conexiones ideológicas con ETA. Si el PNV nunca fue capaz de dejar de considerar a los terroristas como una especie de hijos descarriados que eventualmente –lograda la independencia del País Vasco– regresarían al buen camino, socialistas y populares son conscientes de la profunda falsedad de esta idea. Los terroristas son delincuentes y como tales hay que tratarlos.

Por otro lado, tras varias décadas de gobierno peneuvista, la Ertzaintza por fín podrá trabajar sin cortapisas y contraórdenes con la Policía Nacional y la Guardia Civil. Si los socialistas logran purgarla de indeseables infiltrados, la policía vasca podrá convertirse en una pieza fundamental para profundizar en todos los ámbitos y territorios en la lucha policial contra el terrorismo.

Por primera vez en 30 años, todas los mecanismos –políticos y policiales– para aplastar a ETA pueden utilizarse a pleno rendimiento. La cuestión es si las autoridades responsables tendrán el coraje, la intención y la habilidad para emplearlos.

De momento, si bien existen indudables señales para la esperanza, también hay motivos para guardar una cierta cautela. El primero concierne al orden político, de cómo debería articularse el discurso para deslegitimar por completo a ETA allí donde aún se la acoge con ciertas reservas. Si bien el lehendakari ha estado acertado al indicar a los asesinos dónde se encuentra el camino hacia la cárcel, convendría evitar ciertas expresiones desafortunadas que pueden ser muy dadas a la manipulación nacionalista. Patxi López ha calificado a Eduardo Puelles de "uno de los nuestros"; algo que sin duda alguna era, pero como lo habría sido cualquier otro ciudadano español: Puelles, policía nacional, no defendía sólo a los vascos, sino a todos los españoles y su asesinato es despreciable por su condición de ser humano.

El lenguaje nacionalista, que segregaba a los muertos en función de sus afinidades políticas, debería desaparecer por completo de las instituciones vascas; y aún cuando Patxi López haya querido arropar a la víctima e indicar a su familia que, ahora sí, cuenta con todo el apoyo del Gobierno, hay determinadas expresiones que trasladan el problema al campo nacionalista.

El segundo motivo de cautela es de orden más práctico: la dudosa "firmeza inquebrantable" de Zapatero para terminar con ETA. Si algo ha demostrado el líder de los socialistas en sus cinco años de gobierno, es que su política antiterrorista se caracteriza no por su firmeza y continuidad en el tiempo, sino más bien por lo contrario: por ser quebrantable según el contexto político. Si Zapatero y López no se convencen de la necesidad de terminar policialmente con el terrorismo –y sólo policialmente–, si no permiten que las fuerzas de seguridad desempeñen su labor sin servidumbres y condicionantes políticos, de poco valdrá que los nacionalistas hayan abandonado Ajuria Enea.

Acabar con ETA está a nuestro alcance. Pero para ello hay que añadir a los medios necesarios, la suficiente determinación y la inteligencia. Esperemos que nuestros gobernantes estén a la altura de las circunstancias.

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