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Javier Moreno

Marte llamando a Venus

Los igualitaristas, en su empeño por demostrar que todo es moldeable por la coacción institucionalizada, toman todas las vías que su imaginación les sugiere para llegar a su utopía de hombres mansos y supersensibles y mujeres amazonas ejecutivas.

Piensen en algo que no sirva de nada, algo que sea completamente inútil. ¿Lo han pensado? Bien, entonces ahora piensen en alguna farsa grotesca, una tragicomedia en la que lo trágico sea que haya mentes capaces de perpetrarla y lo cómico su absurdez manifiesta. No busquen más, tenemos algo que reúne las cualidades de las dos cosas sobre las que se ha dado momentáneamente a pensar: un número de teléfono.

Si ustedes son varones y lo marcan, tendrán la oportunidad de expresar lo mejor de su masculinidad para recibir a cambio asesoramiento de género. Es un teléfono para hombres con dudas existenciales sobre el rol masculino en las relaciones de pareja y en la sociedad. Y sólo cuesta la friolera de 1,4 millones de euros que ese dinero de nadie que es el dinero de todos (y todas) paga con alegría flamenca. Será, ese jolgorio, por los antecedentes dudosamente profesionales y enteramente políticos de la ministra de Igual da (el precio).

Conforta saber que hay gente tan capacitada y tan formada que nos puede orientar tan adecuadamente sobre lo que somos, así como sobre lo que podemos y debemos ser, y que puede hacerlo además de forma absolutamente desinteresada y –cómo no– gratuita (con esa gratuidad y ese desinterés característicos de todos los despilfarros públicos).

Millones de años de evolución biológica han hecho dos cerebros muy similares, pero en algunos aspectos anatómicos y fisiológicos distintos: el cerebro de los hombres y el de las mujeres. Estos cerebros distintos conllevan mentes distintas. Como dice Steven Pinker, no hay que ser un genio para darse cuenta: basta tener una relación de pareja. Y yo añado, aunque Pinker ya lo sabe: y engendrar niños y niñas, empecinadamente masculinos y femeninas, respectivamente.

Pero los igualitaristas, en su empeño por demostrar que todo es moldeable por la buena voluntad y/o (paso 2) por la coacción institucionalizada, toman todas las vías que su imaginación les sugiere para llegar a su utopía de hombres mansos y supersensibles y mujeres amazonas ejecutivas.

Se meten en los patios de colegio a dirigir los juegos e intentan asimismo penetrar las conciencias de los adultos para dirigir los juegos más sofisticados y cargados de consecuencias de las relaciones de pareja y, en general, de la vida en sociedad (interés supremo de esa farsa del "socialismo").

En su papel de árbitros, aspiran a la omnipotencia y lo hacen vendiéndonos su omnisciencia. Ellos lo saben todo, y por ello debemos obedecerles. Platón seguramente lamentaría que su República tuviera una casta de "sabios gobernantes" tan necia.

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