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Señor Obama, derribe ese muro

El cinismo realista en política exterior no está resultando muy efectivo. La foto de 1979 era una mujer con kalashnikov; la del 2009 una mujer abatida por un kalashnikov.

El 12 de junio de 1987 Reagan le decía a Gorbachov en Berlín que si se tomaba en serio la reforma del comunismo derribara el muro. Veinte años más tarde el presunto líder del mundo libre ha renunciado a derribar el muro del islamo-fascismo. Expresión esta que no se toma hoy prestada del ideario neoconservador sino del editorial de Le Monde, Nous sommes tous néoconservateurs podría decirse.

Hasta el 11 de septiembre el presidente Bush había carecido de la cosa de la estrategia, en los términos de referencia de la familia. No sólo porque el secretario de Estado de su padre, James Baker, estuviera acostumbrado a preguntar "¿tenemos algún perro en esa lucha?" –expresión quintaesencia del realismo en política exterior–, sino porque las intervenciones de Clinton en Yugoslavia habían dejado a los americanos cansados de aventuras exteriores.

 
Sin embargo, las circunstancias empujaron a Bush a identificar al Eje del Mal por su nombre, en base a pruebas evidentísimas yacentes en los archivos no ya de la CIA ni de organismo de seguridad alguno, sino del mismo Departamento de Estado. En su lista de Estados terroristas aparecían, aparte de Cuba y alguna otra reliquia comunista como Corea del Norte, una retahíla de Estados islámicos; destacando sobre todos y abiertamente, Irán, mediante Hezbolá o con su indirecto apoyo a Hamás, o hasta hoy mismo en Irak a través de agentes de la guardia revolucionaria colocando Dispositivos Explosivos Improvisados (IEDs) y otros artefactos de su fabricación no tan espontánea. Por no hablar de la financiación distribuida a medio mundo para actividades sospechosas y el secuestro y asesinato de occidentales.

 
Bush declaró en consecuencia la guerra al terrorismo y Obama podía haberse limitado a cosechar el fruto sembrado por su predecesor, lo que un autor ha denominado el regalo del extranjero –la libertad– en Oriente Medio.

 
No ha sido así. Obama no ha podido evitar el in crescendo en sus declaraciones sobre el criminal régimen iraní debido, como señala Daniel Rodríguez, al amplio conocimiento divulgado por internet del bárbaro trato dado por los ayatolás a su gente. Pero, como se decía antaño medio en broma de Clinton respecto a su conocimiento del peligro de Sadam Husein, al menos Obama no ha hecho nada al respecto. Después de 9 días –mientras finge indignarse por tener que reaccionar a las noticias en tiempo real, ni que fuera el presidente de los Estados Unidos– ha alzado algo el tono contra un Estado dirigido por criminales represivos. Mientras, en lo oscuro, sigue esperando que se calmen las cosas para poder negociar con el líder supremo el programa nuclear y lo que se tercie.

Es como si en el verano de 1989 los países occidentales hubiesen cerrado las fronteras a los que huían del comunismo. O quizá la comparación más apropiada dado que Ahmadineyad quiere borrar del mapa a Israel, lo fuera con el apaciguamiento de Munich. Sea como fuere, el cinismo realista en política exterior no está resultando muy efectivo. La foto de 1979 era una mujer con kalashnikov; la del 2009 una mujer abatida por un kalashnikov.
 
Entre los desmesurados elogios recibidos por Obama está el cotejo con Kennedy, quien había formulado la doctrina del mismo nombre cuyo contenido sustancial era:

Que cada nación sepa, nos quiera bien o mal, que pagaremos cualquier precio, soportaremos cualquier carga, aguantaremos cualquier dificultad, apoyaremos a todo amigo y nos opondremos a todo enemigo para garantizar la supervivencia y el éxito de la libertad.

En su lugar está empezando a recordar más a otro presidente con el que se hacen menos semejanzas, Nixon: "Pasemos de una era de confrontación a una era de negociación". Si de la ecuación del mundo retiramos a los Estados Unidos, es fácil averiguar el resultado, pero no estamos seguros de que les guste ni siquiera a quienes lo desean.

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