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José T. Raga

Un techo de papel

El problema ante el que nos enfrentamos el pueblo español no es el de la capacidad del Gobierno para sumar, sino el inverso: el de restar. Lo que necesitamos de forma imperiosa es reducir el tamaño del sector público.

No se trata de evocar a aquel techo que daba cobertura a "mi casita de papel", que tan gratos recuerdos proporciona a los que militamos ya en la edad avanzada, por decirlo con cierta benevolencia o, dicho de otro modo, a los ya viejos o ancianos. Aquella canción tan popular y armoniosa hacía las delicias de propios y extraños y buena prueba de ello es que sigue apareciendo en escenarios y actuaciones musicales, aportándose nuevas versiones, para beneplácito de grandes y pequeños.

El techo de papel al que hoy me refiero, lejos de invitar al deleite, nos sume en la más profunda depresión. El techo es el de la Nación española en su dimensión financiera. Un techo frágil, resquebrajado, parcheado y sin tejado que le proteja. Un techo, el del límite del gasto público, que cuanto más se eleva menos cobertura proporciona al habitáculo. Un techo proclive a los desprendimientos, de aquí la inseguridad para los que viven bajo él, y que precisa de grandes recipientes en el suelo para recoger el agua de sus filtraciones. De hecho, la Nación vive dos vidas bien diferentes: la oficial, resguardada por las verdades formales, y la real que vive de las filtraciones que se recogen en los recipientes de los medios de comunicación.

Una cosa tenemos muy clara: a medida que el techo se desplaza hacia arriba, los que vivimos bajo el techo empequeñecemos progresivamente, pues, el primero sólo se eleva por la reducción en la estatura de todos los demás. El espectáculo, de hecho, no puede ser más deprimente: al tiempo que vemos adelgazar nuestros bolsillos, comprobamos cómo engorda el bolsillo del sector público (administración central, administraciones autonómicas, municipales, etc.). Y dirán ustedes que no tiene ninguna lógica que uno engorde a base de adelgazar a los demás. No puedo estar más de acuerdo, aunque lo que ocurre es que los que deciden engordar tienen un poder que no existe en los que adelgazan. ¡Qué le vamos a hacer!

De vez en cuando, surge una voz disonante que, como tal, parece ser el resultado de una apelación a la responsabilidad. Una voz que exclama con un ¡basta ya! a ese atropello económico urdido por el Gobierno revestido del poder de imperio del Estado. Ha sido el Senado el que, en esta ocasión, ha rechazado la pretensión del Gobierno y de la Cámara Baja de elevar el techo de gasto presupuestario en algo más de un quince por ciento, para el año 2010, cuando el Producto Interior Bruto se prevé que disminuya en no menos de un dos y medio por ciento.

¿Cómo se explica tal pretensión? Si dejan hablar al presidente del Gobierno, les dirá que es por el gasto social que se impone en momentos de crisis. Nada más lejos de la realidad. Crear ministerios como el de la Vivienda, el de la Igualdad... multiplicar el personal contratado por la Administración, para fines no siempre conocidos y mediante fórmulas casi siempre vergonzantes, pues, no creo que nadie se atreva a garantizar públicamente que, en dicha contratación, imperan los criterios de igualdad (ésta es la de verdad, no la de la ministra Aído), mérito y capacidad. Además, en el gasto, hay medidas tan sociales como las embajadas abiertas y que se abren por algunas Comunidades Autónomas en el exterior, o los programas de inmersión, aunque la inmersión se produzca en aguas cenagosas, o los apoyos a alianzas imposibles que sólo pretenden avalar la débil personalidad de quien los formula.

Comprendo su satisfacción por el rechazo del Senado a la pretensión del Gobierno, sin embargo, prepárense porque poco dura la alegría en la casa del pobre. Y en este caso, los pobres somos todos los contribuyentes y, si me apuran, también el Senado. ¿Por qué se le llamará al Senado, Cámara Alta, si su consideración no puede estar más a ras del suelo? Ya ven ustedes cuál fue la reacción inmediata de la vicepresidenta segunda, a lo que se había debatido en la sesión. Convencida de que no iba a tener ningún efecto, porque lo tienen atado y bien atado en el Congreso –que si es el que manda, no sé tampoco por qué se le llama Cámara Baja–, se limitó a decir que "sabemos sumar".

La manifestación, no sé a ustedes pero a mí, me ha producido un gozo tan grande como el que le habría producido a Pitágoras si hubiera tenido la oportunidad de conocerla. Que los políticos y, más aún, los gobernantes, sepan sumar, no es nada que pueda dejarse al margen de una merecida consideración. Y vaya desde estas líneas mi tributo personal a ese conocimiento, que aprecio en lo que significa. Ahora bien, dicho esto, el problema ante el que nos enfrentamos el pueblo español no es el de la capacidad del Gobierno para sumar, sino el inverso: el de restar. Lo que necesitamos de forma imperiosa es reducir el tamaño del sector público, reducir el presupuesto del Estado y de las Administraciones Públicas y, para esto, saberse la primera de las operaciones aritméticas, la suma, no nos es de gran ayuda; necesitamos dar un paso más para que, con un poco de esfuerzo, consiga el Gobierno saber restar. Yo estoy seguro de que lo puede conseguir; cosas más difíciles se han visto.

De todos modos, la vicepresidenta segunda lo tiene un poco más complicado, porque en su estructura mental tiene un sesgo que le dificulta la tarea. Hace unos días, a la hora de explicar el aumento de los impuestos sobre los hidrocarburos, el tabaco y las bebidas alcohólicas, no tuvo el mínimo reparo en afirmar que ante una disminución de ingresos se planteaba como necesaria la consiguiente elevación de los impuestos. Es decir, aplicación de la suma. Si hubiera sabido restar –y ahora lo entiendo todo– se le habría podido ocurrir, también como solución, la reducción del gasto, lo cual, dicho sea de paso, le habríamos agradecido todos los españoles.

Lo contrario es optar por un techo de papel que, como máximo, estimulará a la noble distracción de la papiroflexia. Así que, como somos un país libre –eso al menos decimos– pueden optar por construir, con el papel de nuestro techo, pajaritas o aviones; dediquen a ello su capacidad de elección que, aunque vana, es una elección libre. ¡Cuán diferente sería la vida de una sociedad, si los gobiernos tomaran ejemplo de las familias! Las nuestras, de momento, ya están ahorrando el 7,9 % de su renta disponible, algo así como 4,8 puntos porcentuales más que hace un año; y es que, como oímos a nuestros padres, el horno no está para bollos.

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