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José García Domínguez

Del Estado raquítico al Estado anoréxico

motu proprio nada tenía que decir el estadista presunto sobre la prohibición del español en un rincón –teórico– de España. En eso, don Mariano nos ha salido a Franco: él tampoco se mete en política. Jamás.

Es tradición. La derecha, tan gallarda cuando toca perorar sobre la patria acodada en las trincheras de Madrid, se rila en cuanto pisa Barcelona. Apenas atisban El Prat, feroces leones indómitos y temibles legionarios de la causa hispana, de súbito, se transmutan en inofensivos conejitos de peluche. Y no digamos al llegar a la Plaza de Cataluña (Catalunya para los creyentes).

Tanto da entonces que se trate de políticos, rutilantes estrellas del periodismo o intelectuales más o menos orgánicos: se arrugan todos con una diligencia que haría las delicias de Adolfo Domínguez. Así, Rajoy, que ha aprendido a conducirse por territorio comanche aplicando aquella máxima de supervivencia tan cara a los quintos de provincias en la mili: pasar lo más inadvertido posible, en todo momento, bajo cualquier circunstancia, siempre. De ahí su heroico "No me han preguntado" a cuenta de la Ley de Educación de Cataluña . Y es que motu proprio nada tenía que decir el estadista presunto sobre la prohibición del español en un rincón –teórico– de España. En eso, don Mariano nos ha salido a Franco: él tampoco se mete en política. Jamás. 

Así las cosas, sólo resta que hagan pública de una vez la inapelable sentencia del Constitucional contra la Constitución. Atajo vergonzante por medio del cual habrá de cerrarse el largo ciclo que diseñaron los dos gobernantes más sobrevalorados de la Historia de España, Cánovas y Adolfo Suárez. Muy loado fundador del Estado raquítico, el uno; no menos nefasto precursor del Estado anoréxico, el otro. Y en medio de ambos promotores de la nada, del poder reducido a mera ausencia, el catalanismo ocupando ese inmenso espacio libre regalado a su cotidiana labor de zapa.

Las naciones, todas, sin excepción, han sido creaciones de los Estados, no viceversa como presumen los simples. Por eso, consumada la secesión sentimental, la expulsión del castellano se antojaba imprescindible al Estado catalán en gestación con tal de apuntalar la nació en las mentes bajo su soberanía. Y al fin, lo han conseguido. Cuentan los cronistas del Desastre del 98 que el honrado pueblo, indiferente, lo celebró en los toros. Hoy, apenas un siglo y pico después, las portadas de la prensa patria las monopoliza Barcelona. No es para menos: José Tomás, soberbio, ha triunfado en La Monumental. 

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