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José García Domínguez

Defensa de los políticos y la política

Ese nihilismo antipolítico de la derecha encuentra su fatal equivalente en la izquierda fundamentalista y su obsesión, siempre frustrante y frustrada, de que tendría que existir "otra forma de hacer política".

Coinciden ambos diagnósticos. Por un lado, el abatido pesar de la izquierda ilustrada frente al hundimiento de Ciudadanos y la crisis nada latente de UPyD. Por otro, el cuadro depresivo de la derecha de a pie ante ese lodazal estético donde ahora mismo chapotean Camps y Rajoy junto a sus amiguitos del alma. Reacciones muy naturales, si no dejasen entrever al observador atento un insospechado rasgo de la mentalidad española: la insólita vigencia del espíritu utópico.

Y es que la confluencia de esas frustraciones simétricas está sacando de nuevo a la luz dos de las formas más añejas del adanismo hispano. Sendas quimeras que nos retraen a aquel viejo discurso marcado por un obsesivo, radical, patológico antipoliticismo. El que compartieran tanto la derecha toda como gran parte de la izquierda cuando la República y la Guerra Civil. Pues, a esos efectos retóricos y viscerales, igual daba que los interlocutores se llamasen CNT o Falange Española. Para unos y otros, la única forma digna, legítima y admisible de participación política consistía en repudiar lo político y la política con persistente, irrefrenable nausea moral. De ahí que hasta Franco alardeara en El Pardo de no meterse jamás en política.

Y rancios vuelven a surgir hoy desde los confines de alguna derecha ágrafa aquellos mismos anatemas contra "los políticos", juntos y revueltos en indiscriminada promiscuidad, que ya se sabe que esos farsantes son todos iguales. Burdo potaje cocinado a base de demagogia salchichera en el que nunca habrán de faltar las filípicas por "nuestro dinero", siempre expoliado con arteros fines por esos vividores profesionales. He ahí la antesala recurrente del exabrupto antiliberal y antiparlamentario que, en tiempos de crisis, pudiera encontrar algún eco marginal en cierto conservadurismo sociológico.

A su vez, ese nihilismo antipolítico de la derecha encuentra su fatal equivalente en la izquierda fundamentalista y su obsesión, siempre frustrante y frustrada, de que tendría que existir "otra forma de hacer política"; una alternativa impoluta en lo ético al continuo navajeo y la mísera sordidez tan propios de la intrahistoria de todos los partidos. ¿A cuántos Mikel Buesa no habremos visto tropezar ya con esa misma piedra filosofal a lo largo de, por decir algo, el último cuarto de siglo? Y los que vendrán.

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