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José María Marco

Vicios regeneracionistas

Se habla críticamente de España porque nos duele y queremos mejorarla. A mí me parece más bien una declaración de impotencia, y dudo que el patriotismo, o amor a la patria, se haya expresado alguna vez criticando al propio país con esa ligereza.

Estos últimos tiempos se escuchan y se leen con alguna frecuencia expresiones como "este país", "los políticos españoles", la "sociedad española", acompañadas casi siempre de calificativos peyorativos, cuando no de algún latiguillo sobre el deseo de exiliarse o salir corriendo por parte del autor. Con toda probabilidad, esto se debe a la percepción de que nos encontramos en una situación política y social bloqueada, en la que los grandes poderes, fácticos o no, habrían llegado a un acuerdo para culminar –o pervertir, según se mire– el pacto constitucional del 78.

Cabe discutir, en primer lugar, si la situación está tan bloqueada como a veces parece, aunque eso sería demasiado largo de tratar aquí. Pero sea cual sea el grado de bloqueo de la situación en la que nos encontramos, recurrir al concepto de España como hipótesis de análisis suele ser poco fecundo.

Desde principios del siglo XIX, cuando se puso de moda hablar de "este país" o de "los españoles" con cara de vinagre –siempre de calidad superior, ni que decir tiene–, esa clase de explicaciones jamás han contribuido a explicar nada. Cuando han llegado a cundir en la opinión pública, como en el primer tercio del siglo XX, abrieron la puerta a proyectos alucinados que llevaron a los españoles a catástrofes mucho mayores de aquellos que se querían describir o dizque remediar.

Siempre ha jugado, eso sí, la coartada regeneracionista. Se habla críticamente de España porque nos duele y queremos mejorarla. A mí me parece más bien una declaración de impotencia, y dudo que el patriotismo, o amor a la patria, se haya expresado alguna vez criticando al propio país con esa ligereza.

Los problemas de los españoles son, como los de todas las naciones, de índole política, económica, social, educativa, etc. Como tal deben ser resueltos y cada uno de nosotros aportará en su vida y en su trabajo alguna clase de solución, incluso aunque no piense en términos generales o de bien común. España, una entidad que se viene construyendo desde hace muchos siglos, está por encima de esos problemas. Su propia entidad es distinta, más general y duradera. Como es natural, y debemos estarle agradecidos por ello, hará suyo todo lo bueno que hagamos y nos dejará frente a lo no hayamos sabido hacer o lo que hayamos hecho mal.

Y si no nos sentimos capaces de aportar siquiera un minúsculo grano de arena, que en ocasiones es algo gigantesco, a la tarea común y obligada de mejorar nuestro país, no hay por qué responsabilizar de nuestra impotencia a España. Al revés, lo propio de personas bien educadas es no caer en el vicio de hablar mal de su país. Nunca, en ninguna circunstancia.

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