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Agapito Maestre

Sobre la “crítica” de la corrupción

La corrupción es más que una carga de la vida pública española. Es la otra cara de la política. Más aún, sin corrupción es imposible comprender la democracia española.

La corrupción es más que una carga de la vida pública española. Es la otra cara de la política. Más aún, sin corrupción es imposible comprender la democracia española. Pero la "crítica" de la corrupción es un disfraz, un antifaz, de quienes han degradado las ideas en fórmulas y las fórmulas en máscaras para ocultar que la política, la posibilidad de vivir en común sin recurrir a la violencia y al despotismo del poderoso, no puede ser jamás confundida con el moralismo, o sea con el ocultamiento de la maldad en frases retóricas extraídas de algún lenguaje moral.

El "discurso", supuestamente crítico sobre la corrupción, empieza a ser pesado y, sobre todo, de mal gusto literario. Sí, sí, miles de flores de plástico adornan la oratoria sobre la verdad de la política española. Voces de seda y ridículas metáforas utilizan quienes desprecian la corrupción, casi con toda seguridad, porque no es propia. Las inepcias de los columnistas de la corrupción, la diaria deshonra de la palabra de quien habla de la corrupción sin saber que el hombre es una contradicción de maldades y miserias, de buenos propósitos y resultados catastróficos y, en fin, la cursilería empalagosa de los "críticos" de la corrupción –empieza a ser asfixiante la retórica de los columnistas de "la corrupción y la anchoa", la "corrupción, vieja amiga" o "arroz a la Lewinsky"–, son ya insoportables.

Hay algo, pues, peor, muchísimo peor, que la corrupción. Es la sintaxis bárbara de quienes tratan de "analizarla" o "escribirla" en los periódicos bajo fórmulas, o peor, estereotipos de una política que nunca ha existido. ¡Dónde está la política de los ángeles! Viejos y jóvenes, progresistas y reaccionarios, periodistas pagados por empresas con idearios diferentes, coinciden a la hora de balbucear unos cuantos tópicos sobre la mentira sistemática de Chaves, las medias verdades de Camps o los testículos de Bárcenas. Pobres. Su bárbara sintaxis les impide ver lo obvio: todo el sistema político español está corrupto. Y, además, la corrupción –en esto España se iguala al resto del mundo occidental– es un arma clave de todos los partidos políticos para desbancar del poder al adversario y al enemigo.

Conclusión: mientras los falsos moralistas de la política no se tomen en serio la corrupción, en mi opinión, seguirán "haciendo" sintaxis bárbara. Metáforas viejas de periodistas sin recursos intelectuales.

Repito la idea otras veces expresadas en este periódico: nunca entenderemos la basura de la corrupción en el PSOE y el PP, y en el resto de partidos políticos, sin aceptar que, hoy por hoy, la corrupción constituye un metasistema, seguramente, más eficaz que las instituciones oficiales en las cuales se incrusta y de las que extrae su principal fuente de alimentación. He ahí la sintetizada principal verdad de la democracia actual, que los "críticos" oficiales de la corrupción, los "críticos" a palos de cualquier clase de corrupción, los "articulistas de la nadería y la simpleza, nunca entenderán, porque son incapaces de reconocer que las crisis políticas son siempre crisis morales. Crisis morales, sí, que nada tienen que ver con esa falsa y trivial moralina contenida en sus "angelicales columnas" para estigmatizar toda la vida política, o sea para no pensar la política.

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