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Thomas Sowell

Alicia en el País de Obama

El 27% de los canadienses y el 38% de los ingleses que quieren someterse a una operación tienen que esperar más de cuatro meses para ello. En cambio, sólo el 5% de los estadounidenses ha de hacerlo.

La mayoría de los debates políticos y mediáticos en torno al tema de la sanidad tienen un aire de irrealidad que recuerda a Alicia en el País de las Maravillas. Hay muchas consignas pero muy pocos argumentos coherentes.

Empecemos por el principio. ¿Por qué se desatan las alarmas en torno a la sanidad estadounidense? El motivo más citado es su elevado y disparatado costo. Pero eso no es totalmente cierto. Si en el pasado no gastábamos tanto en procedimientos médicos punteros o en los medicamentos más caros es simplemente porque no existían.

Este hecho no se limitaba a la sanidad. Los coches no costaban tanto en el pasado porque no tenían aire acondicionado, cambio de marchas automático y medidas de seguridad. Las casas eran más baratas cuanto más pequeñas fueran, menos baños tuvieran y de más facilidades como el microondas carecieran.

Nos gustaría disfrutar de todas estas comodidades sin el gasto que conllevan, pero sólo cuando hablamos de la sanidad nos tomamos esta utopía en serio: no dudamos en asignar al gobierno el papel de una especie de padrino generoso que nos va a dar todas las prestaciones que queramos de manera gratuita.

Se dice que un cínico es alguien que conoce el precio de todo y el valor de nada. De ser así, el cinismo político sería señalar como ejemplo a otros países que gastan menos en sanidad, incluyendo a algunos de los que proporcionan "gratuitamente" la "sanidad universal" mediante sus gobiernos.

Igual que la sanidad, las casas y los coches resultaban más baratos cuando carecían de todas las prestaciones actuales. También la sanidad es más barata en otros países que carecen de la alta tecnología de la que gozamos nosotros.

Por ejemplo, en Estados Unidos se realizan cuatro veces más resonancias magnéticas per cápita que en Gran Bretaña o Canadá, donde padecen sistemas públicos de salud. Del mismo modo, también se llevan a cabo el doble de tomografías per cápita que en Canada y cuatro veces más que en Gran Bretaña.

¿De verdad nos sorprendemos de que estas cosas cuesten tanto dinero?

El gasto de descubrir un nuevo medicamento ronda los 1.000 millones de dólares. Ni la retórica política ni las burocracias gubernamentales van a conseguir que esas facturas se reduzcan.

Podemos, claro está, negarnos a pagar los medicamentos, igual que podemos negarnos a pagar por el aire acondicionado o los microondas. Pero eso significaría simplemente que estamos estableciendo el precio a pagar, pero no el valor de lo que vamos a recibir.

En otras palabras, nos podemos negar a pagar demasiado a los médicos, pero de ese modo sólo estaremos provocando que tengamos que esperar más tiempo para acceder a uno (como le sucede a la gente en los países con sanidad pública).

El 27% de los canadienses y el 38% de los ingleses que quieren someterse a una operación tienen que esperar más de cuatro meses para ello. En cambio, sólo el 5% de los estadounidenses ha de hacerlo.

La cirugía puede ser más barata en los sistemas de salud públicos, pero solamente si se contabiliza el dinero gastado y no el tiempo durante el que el paciente ha de soportar los problemas de sus dolencias o el hecho de que algunos diagnósticos se agraven mientras esperan.

Un reciente estudio del Instituto Fraser de Canadá demuestra que los pacientes esperan una media de diez semanas para someterse a una resonancia que les permita averiguar simplemente qué les está pasando. Un montón de cosas malas –que van desde dolores a la muerte– puede suceder en esas diez semanas.

Los políticos podrán hablar de "rebajar el gasto de la sanidad", pero pocas veces intentan realmente reducir el coste. Lo que minoran es el precio, es decir, que se niegan a afrontar ciertos gastos que la población podría considerar necesarios.

Cualquier persona puede individualmente negarse a pagar por un servicio y probablemente nadie se sorprenda de que si paga menos que el resto reciba una cantidad o calidad menor de un servicio. No hay que ser un genio para entenderlo, sin embargo no parece que nuestro presidente del Gobierno lo haya captado todavía.

Es necesario que nos detengamos a pensar antes de subirnos al tren de la sanidad pública. Las prisas con las que el Congreso está impulsando la última expansión del Estado en el terreno de la sanidad sugieren que los políticos no quieren que nos paremos a pensar. Desde luego tiene mucho sentido... desde su punto de vista, pero no desde el nuestro.

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