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Israel con Irán al fondo

La posibilidad de que los israelíes se decidan de nuevo a ocuparse de su supervivencia antes de que sea demasiado tarde no es política ficción ni un cuento de lobos.

Lo único cierto con respecto al futuro es que siempre surgen imprevistos e imprevisibles, que no es exactamente lo mismo, lo cual dice mucho acerca de nuestra pobre capacidad de prever. No sabemos cuántas crisis agitarán el panorama internacional antes de que Israel bombardee las instalaciones nucleares iraníes, ni siquiera si esto último llegará a suceder, por más que haya que clasificarlo entre lo previsible, aunque a muchos pueda sorprenderles como imprevisto. Pero si el hecho ocurre conmocionará al mundo y en el curso de su desarrollo y entre sus consecuencias se producirán imprevistos, por más que la acción haya sido exhaustivamente planificada durante años y todas las variantes de sus implicaciones minuciosamente estudiadas.

El tema ocupa indiscutiblemente el puesto número uno entre las preocupaciones públicas de Israel, muy por delante de la eterna cuestión palestina, de la que las conexiones entre Hamás e Irán son vistas como el aspecto más grave, y suscita un alto grado de consenso, aunque no unanimidad, situación ajena a un país tan plural y democrático. Para una gran mayoría de israelíes se trata de ser o no ser. El consenso decrece respecto a las consecuencias. No todos están seguros de que los enormes peligros de la acción vayan a compensar, con un cierto grado de seguridad, los inmensos riesgos de la pasividad. En un tema tan extraordinariamente delicado y brutalmente explosivo todo se analiza, todas las posibilidades se exploran, todo se tiene en cuenta. Los iraníes están en el mismo negocio y tienen gente ocupándose con la misma intensidad no sólo de desbaratar la iniciativa israelí sino de darle la más terrible réplica a su alcance.

Esa réplica es la que tiene aterrorizada a esa vaga entidad planetaria que llamamos comunidad internacional, aunque también deberíamos hablar de opinión mundial, pues tal cosa, por encima de Estados y naciones y a pesar de la enorme variedad de sus componentes, ya existe. Comunidad u opinión, ese ser universal de lo que debería asustarse es de sí mismo, de sus injustificados prejuicios, de su incapacidad para una actuación positiva. Lo que acentúa los peligros inherentes a una misión militar como la que nos ocupa es precisamente la probable reacción internacional. Antes de que todo se ponga en marcha, un prejuicio lo hace más probable y una solución previa menos pensable. El contexto en el que se produce el impulso para actuar de los israelíes es la negación del derecho a defenderse con el que se encuentra en una apreciable parte del mundo. Y la cobardía e irresponsabilidad con la que ese mundo contempla la marcha iraní hacia las armas nucleares. Esa excursión le viene saliendo gratis al régimen islámico. Con un rechazo enérgico del resto del mundo, plasmado, entre otras cosas, en sanciones eficaces –y ninguna más que el embargo de la gasolina que no son capaces de producir con el océano de petróleo en el que flotan–, se le podría muy probablemente pararle los pies a los ayatolás. Europa no está interesada y Rusia y China militan, con toda clase de hipocresías, en el bando contrario.

Lo internacional pesa, negativamente, no sólo en los orígenes sino también en las consecuencias. A pesar de los terrores populares es bastante poco lo que pueden hacer los ayatolás. Otro día lo veremos. Lo que es verdaderamente temible es la desatentada reacción internacional. Ya deslegitimó eficazmente el derrocamiento de Saddam, feroz tirano, entusiasta forofo de las armas de destrucción masiva e infractor en serie de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero la posibilidad de que los israelíes se decidan de nuevo a ocuparse de su supervivencia antes de que sea demasiado tarde no es política ficción ni un cuento de lobos. Que esa necesidad desaparezca no consiste en negarla.

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