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El trabajo de Rubalcaba

Con cuentagotas, débil o no, los muertos de ETA se van amontonando. Ante lo que parece una nueva ofensiva etarra, el trabajo de Rubalcaba no debe estar en repetir que ETA está débil o en llamarles locos.

La única responsable de los crímenes de ETA es ETA. Sus miembros son los culpables del doble crimen de Calviá y del intento de masacre de Burgos. Habrá tiempo de hacer un análisis político en más profundidad, pero puede adelantarse que no basta con felicitarse de que Zapatero y su ministro del Interior hayan vuelto al buen camino que abandonaron en 2006 cuando estaban enfrascados hasta la cintura en la negociación con la banda. Bien está el cambio de actitud del Gobierno, que sacó a la lucha antiterrorista de un camino equivocado, pero él debe exigirse y le debe ser exigido algo más que la simple inercia policial.

El Gobierno tiene la obligación de buscar soluciones a los problemas reales de los españoles, y un ministro de Interior tiene la obligación, no sólo de mantener la presión sobre ETA y las medidas heredadas de sus antecesores: debe perfeccionar la lucha contra la banda, adaptarla a las nuevas realidades y necesidades que marca la actuación de la banda, y organizar su departamento para hacer eficaz la lucha contra ETA. La inercia no es buena en materia antiterrorista, y el enemigo es la ETA de ahora, no la de 2004.

El trabajo de Rubalcaba tiene como principal obligación dotar a la Guardia Civil y a la Policía Nacional de los instrumentos materiales, humanos, jurídicos y políticos para acabar con la ETA actual. Promover reformas legales, nuevas estrategias, medidas activas contra ETA. En lugar de esto, lleva mucho tiempo haciendo un discurso triunfalista, repitiendo que ETA está débil o que está enloquecida. Ignoramos si es que está distraído en otros asuntos que no tienen que ver con su principal obligación como ministro, y sí con su papel dentro del PSOE, pero es exigible que busque una actitud activa contra ETA, que busque la iniciativa.

ETA ha pasado por muchas etapas en su historia, sin dejar de ser ETA y sin dejar de buscar el asesinato. La ETA que comenzó a matar hace ahora 50 años es distinta a la que mató en los ochenta, a la que surgió tras la caída de Bidart en 1992 y a la que sobrevivió, mal que bien, a los gobiernos Aznar. La ETA de hoy es distinta. Parece confirmarse que se ha bunkerizado organizativamente. En los últimos diez años ha tenido una estructura agujereada y con múltiples filtraciones y errores de seguridad, y ha optado por una estructura más pequeña, mejor controlada, más difícil de infiltrar y más fácil de esconder de las fuerzas de seguridad. Más alejada, además, del País Vasco y del País Vasco francés. Es un objetivo más pequeño y escurridizo.

Los pocos miembros se ubican en muy pocos comandos. A éstos no les importa tanto el número de atentados como la propia seguridad del comando y, eventualmente, la calidad del mismo. Para ello, ETA aún cuenta con una buena cantidad de dinero, insuficiente en otras épocas, pero más que suficiente para una ETA concentrada y bunkerizada, dispuesta a resistir. Los comandos parecen además de pocos miembros, sólo dos, con un mínimo apoyo desde fuera; nada que ver con los cuatro o más miembros del pasado, integrados en una larga estructura que incluía planificación, paso de mugas, y entrega de vehículos. Esta pesada estructura parece haber pasado a la historia. ETA ahora busca la movilidad, la rapidez, sin largas campañas. La bomba de Burgos es paradigmática de esta forma de actuar.

El crimen de Calviá sirve para inaugurar, con retraso, la tradicional campaña veraniega de ETA, pero de forma muy significativa. Por la dificultad de mantener un comando en la isla –si se confirma que efectivamente se trata de una bomba activada in situ–; por el hecho de ocurrir en la Mallorca empleada por los reyes para sus vacaciones; por ampliar el radio de acción de sus bombas a lugares nuevos. No puede descartarse una diversificación de ETA a otros lugares donde no se les espere, ni atacar objetivos aparentemente nuevos. Puede atentar en cualquier sitio, con toda la malicia y maldad de que es capaz, porque tiene aún capacidad para ello.

Pero al mismo tiempo, con un apoyo social muy menguado, ETA busca atentados que no ocasionen grandes fisuras en los suyos. Lo hizo con el inspector Eduardo Puelles en junio, y ahora atenta contra la Guardia Civil, cuerpo que es la bestia negra de ETA, su enemigo más implacable, aquel que ha llevado el peso de la progresiva derrota de la banda. Está volviendo a los objetivos clásicos, aquellos fácilmente justificables, propios de una ETA con menor apoyo social, aunque eso sí, presente en muchas instituciones a través de ANV, un insulto a las víctimas que el Gobierno aún no ha corregido.

Con cuentagotas, débil o no, los muertos de ETA se van amontonando. Ante lo que parece una nueva ofensiva etarra, el trabajo de Rubalcaba no debe estar en repetir que ETA está débil, en llamarles locos o en distraer a su departamento en filtraciones sobre presos o divisiones en la izquierda abertzale. El trabajo de Rubalcaba no es ni ese; tampoco continuar con la herencia que el PSOE heredó en 2004. Debe llevar a cabo las medidas necesarias para recuperar la iniciativa del Estado ante la ETA actual, iniciativa que en los últimos cinco años se ha perdido y que es necesaria para su derrota.

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