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Setenta años no son nada

Hoy la izquierda europea muestra un odio hacia Israel y los judíos suicida; ¿cree que los islamistas se detendrán con la conquista a sangre y fuego de Jerusalén y la reducción a cenizas de Tel Aviv?

La libertad no es gratis. Cuesta alcanzarla, y cuesta mantenerla. La democracia no es sólo el menos malo de los regímenes: es también el más débil. Cuando sus ciudadanos se dedican a pensar en los derechos frente a ella en vez de en sus obligaciones hacia ella, entonces el régimen se descuida, se marchita y queda en manos de sus enemigos. Éstos sólo aprovechan la debilidad y dan el golpe que inicia el caos. Esta es la gran enseñanza que nos dejó la década de los años treinta del pasado siglo, enseñanza que es hoy tan actual como entonces.

En 1939, los acontecimientos de un país saltaron a otro, y de éste a un tercero, hasta llegar a incendiar el mundo entero. Dejaron otra enseñanza, que hoy en la era de la globalización es esencial: la libertad aquí depende de la libertad en otras partes del mundo. Uno no puede desentenderse del despotismo lejano, porque irremediablemente acaba estallando aquí, como demostró en 2001 el 11-S. Ni Occidente, ni Europa ni España pueden permanecer impasibles ante los despotismos del siglo XXI, porque sí o sí, acabarán estallándonos en las manos.

De todos ellos, el del islamismo es el ejemplo más actual, porque él ha desencadenado, a lo largo de todo el mundo musulmán, una guerra de agresión total: contra democracias, contra regímenes moderados, contra los no suficientemente píos... Guerra en la que Occidente no puede no comparecer, porque ya ha sido señalado como enemigo. Si en septiembre de 1939 los nazis se plantaron en Polonia, en 2009 el radicalismo islámico se está instalando lenta pero continuadamente por todo el continente, parasitando y usando como plataforma las comunidades islámicas europeas, primeras víctimas del terror yihadista, y bases de operaciones para él.

No es sólo el yihadismo el que amenaza las libertades. La política imperialista de Hugo Chávez por todo el continente americano no es menos agresiva que la que Hitler desencadenó por centroeuropa durante los años treinta. Ataca, debilita y se infiltra de igual y brutal manera en las democracias de su entorno. Hoy es una de las principales amenazas a la paz mundial, la primera en América. Y sólo desde el racismo más repugnante se puede recordar en Europa con rechazo el imperialismo hitleriano de hace 70 años y mirar hacia otro lado, o justificar, el chavista.

Además, la capacidad de destrucción que algunos regímenes monstruosos poseen, como Corea del Norte, o poseerán, como Irán, supera a la que Hitler hubiese podido soñar. Hitler tenía un ejército disciplinado y eficaz, pero no alcanzó el arma nuclear; los ayatolás, sí. Y éstos no poseen un odio racial menor que el de los nacionalsocialistas. Ni esconden ni quieren esconder su deseo de acabar con cuantos más millones de judíos mejor. Sus divisiones, además, se extienden en las sombras por todo el mundo, y lo mismo buscan otro holocausto en Líbano con Hizboláh que en países hispanoamericanos o ciudades centroeuropeas.

El legado ideológico nacionalsocialista se encarna hoy en el islamismo: el deseo de aniquilar al judío. Hay, sin embargo, una diferencia: si en los años treinta muchos comunistas y socialistas acompañaron a los judíos en su macabro destino, hoy en día son los aliados de los verdugos. Lo mismo apoyan al nuevo antisemitismo en Naciones Unidas que patrocinan conferencias islamistas o levantan la "Alianza de Civilizaciones" de la mano de genocidas entusiastas. Hoy la izquierda europea muestra un odio hacia Israel y los judíos suicida; ¿cree que los islamistas se detendrán con la conquista a sangre y fuego de Jerusalén y la reducción a cenizas de Tel Aviv?

Lo que nos lleva al gran problema 70 años después. Europa se muestra innane, incapaz de reaccionar ante la libertad en peligro. La Europa que entonces fue a la guerra combatía y combatiría por todo el mundo: hoy es incapaz de defender, no ya sus intereses, sino a sí misma, sus valores y principios. No sólo está a punto de abandonar en Afganistán, es que cede incluso en sus barrios y ciudades a la presión islamista, cede en las instituciones internacionales ante regímenes repugnantes y no pierde ocasión de apoyar a quien la odia, a ella, a su pasado y a sus regímenes democráticos. Como para pensar en que levante las armas en defensa propia.

Lo peor es que esta falta de impulso se ha extendido de la mano de Obama a Estados Unidos. Cuesta creer que el país cuyo primer presidente negro afirma que América debe ser una nación más, no comprometida e insolidaria con la libertad del mundo, sea el mismo que hace setenta años mandó a sus mejores soldados a morir en y para Europa. Pertenece a la mejor tradición americana velar por la extensión y defensa del mundo libre, aunque Obama piense justo lo contrario. Veremos si los iraquíes que se juegan la vida en elecciones democráticas le perdonan su tibieza. Y veremos también si la seguridad de los americanos y los europeos sale reforzada de su mandato.

Setenta años no son nada. Los criminales políticos que en el mundo son, cambian, pero no lo hace el instinto depredador de doctrinas ideológicas y regímenes políticos. Todos con algo en común: el desprecio y el odio a la democracia liberal, a Occidente, a Europa. El mundo no está menos lleno de lobos hoy que entonces, y sus dentelladas son idénticas aquí y allí, atacando a la democracia sin reparo alguno. Huelen la debilidad. Lo malo es que tienen razón.

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