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Luis Pazos

En campaña permanente

Los trotskistas practicaron la revolución permanente, con lo que justificaron una permanente violencia en la búsqueda del poder. Hemos avanzado; ahora tenemos candidatos permanentes que no cumplen con sus funciones gubernamentales.

Las campañas para elegir presidentes, gobernadores, alcaldes y legisladores son una de las características de la democracia. El triunfo en unos comicios, aunque no basta para legitimar al gobernante como democrático, evita los cambios violentos.

En el siglo XX, a pesar de los defectos del sistema, los países donde el poder se transmitió por vía electoral y democrática tuvieron mayor crecimiento que aquellos donde no hubo elecciones o donde el gobierno cambió a través de la violencia.

Uno de los defectos de los procesos democráticos es cuando los políticos que han sido elegidos, en lugar de gobernar en bien de la comunidad, invierten la mayor parte de su tiempo y recursos públicos en alimentar una campaña permanente dirigida a conseguir votos para alcanzar otro cargo que anhelan. Un ejemplo de esto son gobernadores y congresistas que durante su gestión actúan como candidatos a la presidencia.

Enormes cantidades de dinero del erario y el tiempo de miles de burócratas se destinan a las precampañas permanentes de altos funcionarios, quienes delegan a un segundo puesto las obligaciones para lo que fueron elegidos.

En el siglo XX, los trotskistas practicaron la revolución permanente, con lo que justificaron una permanente violencia en la búsqueda del poder. Hemos avanzado; ahora ya no tenemos revolucionarios violentos, pero sí tenemos candidatos permanentes que no cumplen con sus funciones gubernamentales. Hay tiempos para hacer campaña y tiempos para gobernar, poniendo a un lado la búsqueda de otros cargos. Sin embargo, ese principio que forma parte de la democracia no es respetado por muchos políticos.

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