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Gina Montaner

Puente sobre aguas turbulentas

El terrible caso de Phillip Garrido ha destapado la necesidad de que la policía cuente con más personal y mejor entrenado que vigile muy de cerca los movimientos y modo de vida de los agresores sexuales que gozan de libertad.

La idea que tenemos de los puentes suele ser romántica, sobre todo a partir de la melancólica y evocadora canción de Simon & Garfunkel Bridge Over Troubled Waters. Pero desde hace meses el puente Julia Tuttle, que conecta a Miami con las playas de moda de South Beach, alberga un panorama inquietante que no invita a los paseos en el atardecer.

En la ciudad de Miami todas aquellas personas que aparecen en la lista de depredadores sexuales inscritos oficialmente no pueden pernoctar en un domicilio cercano a un parque, una escuela o cualquier lugar público al que tengan acceso menores de edad. Cuando estas draconianas ordenanzas entraron en vigor muchos individuos con un historial de agresiones sexuales se resignaron a instalarse bajo las vigas de concreto del Julia Tuttle. Allí han llegado a refugiarse unas cien personas, aunque en los últimos meses al parecer sólo dormitan medio centenar de desamparados.

Estas polémicas medidas han provocado interminables debates entre los comisionados y organizaciones cívicas que defienden el derecho a tener un techo si ya se ha cumplido una condena. Por otra parte, la ciudadanía desconfía del control que se pueda ejercer sobre un grupo que vive semi-escondido y durante el día deambula por calles y zonas donde inevitablemente hay niños. De hecho, el descubrimiento en California de una mujer secuestrada durante 29 años por el depredador sexual Phillip Garrido, a quien la policía visitaba periódicamente, ha puesto de manifiesto que, debido a las limitaciones que se les imponen, tienden a instalarse en barrios apartados y de bajos recursos donde, al igual que ellos, muchos de sus vecinos han tenido algún tipo de tropiezo con la justicia. A menos de una milla de la casa donde Garrido ocultaba a Jaycee Dugard y las dos hijas que tuvo con ella, viven otras nueve personas inscritas como agresores sexuales y sólo en esa área postal aparecen un total de 100 depredadores.

El paisaje del Julia Tuttle con tiendas de campaña, camas hechas con cartones y basura a la vista, los autos que transitan por el elevado y los deportistas que hacen jogging, no ha hecho más que impulsar la búsqueda de soluciones a una situación que condena al limbo y eleva la peligrosidad de quienes viven refugiados en la marginalidad. Finalmente la ciudad ha aprobado que se destinen fondos para viviendas que acojan a esta comunidad nómada. Lo que todavía no está claro es dónde ubicarlos si se mantienen vigentes las normativas actuales.

El terrible caso de Phillip Garrido ha destapado la necesidad de que la policía cuente con más personal y mejor entrenado que vigile muy de cerca los movimientos y modo de vida de los agresores sexuales que gozan de libertad. Entretanto, bajo el puente Julia Tuttle las aguas son turbulentas.

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