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Agapito Maestre

¿Para qué pactos?

El pacto que ofrecerá el miércoles Zapatero a Rajoy en el Congreso de los Diputados es una bomba de relojería para dinamitar, definitivamente, las raquíticas instituciones democráticas que quedan en España.

El concepto de pacto político con un populista está condenado al fracaso. La historia nos ha enseñado que la idea de un gran pacto de Estado en la mente de un populista es un cambalache para eternizarse en el poder. Sólo un ingenuo, o peor, alguien tan falto de principios como Zapatero podría confiar en la posibilidad de llegar a acuerdos de Estado entre el Gobierno y el PP. ¿Quién puede pactar con un Gobierno que a la hora de pactar un acuerdo social toma partido por una y sólo una de las partes? ¿Quién puede pactar con alguien que ya ha demostrado varias veces que pasa de ser juez a parte sin ninguna autolimitación moral o política? ¿Qué demócrata sincero se atrevería a pactar con Zapatero? Quizá lo haga, dicen algunos periodistas del PP, Rajoy.

En mi opinión, eso sería como firmar su sentencia de muerte. Allá él o allá ellos; pero, en honor la verdad, no me preocupa ahora tanto el futuro del PP o la eternización en el poder de Zapatero como el destrozo que harían esos pactos en el pobrísimo tejido democrático de nuestro sistema político. La oferta de Zapatero a Rajoy es otro modo, quizá el último y más dogmático, para saltarse todas las mediaciones institucionales que exige la decisión genuinamente democrática. El pacto para un populista es poner entre paréntesis el poder democrático de las instituciones, o sea, un pasaporte para saltarse todas las fronteras y límites que la pobrísima democracia española ha puesto a quienes tienen el poder ejecutivo. El pacto que ofrecerá el miércoles, según dicen algunos periódicos, Zapatero a Rajoy en el Congreso de los Diputados es una bomba de relojería para dinamitar, definitivamente, las raquíticas instituciones democráticas que quedan en España.

En otras palabras, pactar con un populista, que ha hecho de la mayoría parlamentaria una apisonadora de la oposición, es someterse a sus dictados. Pactar con un populista, que ha destrozado el concepto de Nación contenido en la Constitución, es darle oxigeno y tiempo para mantenerlo en el poder. Pactar con un populista, que concibe autoritariamente la estructuración de las relaciones entre Estado, gobierno y sociedad, es arar en el mar. Pactar con Zapatero, que ha roto la posibilidad de un pacto social con los sindicatos y la patronal, sería algo peor que darle tiempo para seguir destrozando las instituciones democráticas, sí, sería darle legitimación a su feroz y subversivo, repito, ataque a las instituciones.

¿Quiere Zapatero un pacto por la educación? Vale, pero, por favor, antes respétese la Constitución en toda España... ¿Quiere Zapatero también otro pacto para la subida de los impuestos? Vale, pero antes demuestre que los gastos del Estado se computarán en los Presupuestos Generales del Estado, o sea, se presupuestarán de verdad y no pasarán al capítulo de deuda... ¿Quiere pacto económico? Sí, pero equipárense todas las Autonomías. ¿Quiere un pacto de Estado? Vale, entonces rechace el Gobierno el Estatuto de Cataluña por anticonstitucional. Y así debería de actuarse, en mi opinión, en el resto de materias que quieran pactarse.

Salirse de ese camino es apuntalar por un tiempo la crisis política, o mejor, el agotamiento del sistema político español. Por desgracia –y eso tendría que saberlo muy bien Rajoy–, en el ámbito de la política, el tiempo no es, ojalá lo fuera, un recurso sino un obstáculo y una deficiencia.

¡Pacto es tiempo para el populista!

En España

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