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Afganistán, Zapatero y Gila

Los socialistas negando y los populares negando la negación son las dos caras de la misma moneda, una visión politizada de nuestros ejércitos y un desinterés de fondo por los temas de seguridad y defensa.

El humorista Gila siempre ridiculizaba lo militar ahondando y exagerando los elementos más estrambóticos de toda guerra, hasta hacer del conflicto un universo surrealista. Traumatizado por la guerra civil y la postguerra, puede que sirviese de válvula de escape para él mismo y muchos otros que le reían sus gracias. Era un cómico y como tal, todo se le puede perdonar. Lo que ni se debe ni puede perdonar es el "gilismo" con que el presidente español y su ministra de Defensa, Carmen Chacón, se están tomando la guerra de Afganistán. En lugar de tomársela bien en serio, se están riendo de todos los españoles –incluidos nuestros militares que se juegan allí el tipo– y de nuestros aliados. De ahí que sigan, por un lado, negando la mayor, que hay una guerra abierta en aquel país en el que los españoles somos parte activa y, por otro, con un despliegue de seguridad con cuentagotas. Chacón y Zapatero parecen creer solamente en la defensa homeopática.

La oposición, muy en su papel, le exige al Gobierno que admita que lo de Afganistán es una guerra, para pasar, acto seguido, a solidarizase con el Ejecutivo en lo tocante a la seguridad de las tropas por aquello de que no se le critique por huir del consenso en materia de Estado. ¿Pero es esa la cuestión de verdad?

Los socialistas negando y los populares negando la negación son las dos caras de la misma moneda, una visión politizada de nuestros ejércitos y un desinterés de fondo por los temas de seguridad y defensa. Digámoslo alto si se quiere: en Afganistán hay una guerra. ¿Y qué? Hay muchas otros conflictos abiertos. Lo relevante es saber si España está en guerra también, aunque la libre en suelo afgano. Y si la respuesta es que sí, lo que el establishment político debe aclarar es en qué guerra, contra qué enemigo, con qué objetivos, con qué aliados y con qué compromisos con los mismos. Y, desde luego, que deje entrever un sentido de la victoria y la derrota.

Ciertamente, pillar a los del "No a la guerra" metiéndonos en un conflicto bélico de tapadillo, como quien no quiere la cosa, puede tener sus réditos electorales, pero no puede ser suficiente para un centro-derecha que aspira a gobernar cuanto antes. Porque puede darse la paradoja de que bajo esa estrategia de desgaste la conclusión a la que se llegue es la de que hay que salir de Afganistán cueste lo que cueste. Y eso sería un error aún mayor.

El PP de Aznar en el Gobierno hizo un gran esfuerzo por intentar avanzar la conciencia de defensa nacional entre los españoles. Sería una pena que el partido de Mariano Rajoy se olvidara de todo aquello y cayera en un mero juego táctico sobre cuestiones que afectan a la vida y muerte de muchos de nuestros compatriotas. Si Zapatero se puede permitir jugar a Gila con la guerra, alguien tiene la obligación de cortarle su juego de raíz. Por la seguridad de nuestros soldados y por el bien de España.

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