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EDITORIAL

Ni la crisis impide la hipocresía nacionalista en la Diada

Ni siquiera la grave recesión económica es capaz de hacer que su clase política ponga los pies en el suelo, lo que demuestra, una vez más, que el principal objetivo de los nacionalistas es mantenerse en el poder a toda costa.

La celebración de la Diada de Cataluña ha transcurrido "con normalidad" según el presidente de la Generalidad catalana José Montilla. En efecto, lo "normal" desde que se instituyó esta conmemoración es la profusión de insultos a los partidos no nacionalistas, la agresión ocasional a sus líderes y sedes además de periodistas de determinados medios de comunicación, las manifestaciones a favor de la independencia y la quema de banderas españolas, así que el presidente catalán bien puede felicitarse de que este año la tónica general haya sido idéntica a la de ediciones anteriores.

La única novedad este año ha sido la notoria aparición de las víctimas de la crisis económica, principalmente del sector industrial, reclamando al tripartito que se preocupe más de mantener los escasos puestos de trabajo que van quedando que de la "construcción nacional", aunque a nadie se le escapa que es precisamente en el cinturón industrial de Barcelona donde el PSC obtiene sus mejores resultados. Mientras esos puestos de trabajo que ahora desaparecen no peligraban, los mismos que ahora exigen a sus representantes políticos más preocupación por los problemas reales les votaban para que llevaran a cabo la operación del nuevo estatuto catalán.

Pero la demostración de hipocresía colectiva que anualmente despliega la clase nacionalista catalana con motivo del Día de Cataluña, este año ha sido adornada con la actuación del presidente del Fútbol Club Barcelona, la institución social más relevante de Cataluña a nivel mundial. El presidente del Barça, Joan Laporta, ha aportado también su granito de arena para que el espectáculo de huida colectiva de la realidad en que vive el nacionalismo catalán quede completo. Su presencia encabezando una marcha por la independencia y sus declaraciones pidiendo que Cataluña tenga un Estado propio exigen de su autor un compromiso de coherencia si no quiere quedar retratado como un oportunista. Si Laporta quiere avanzar en el camino de la independencia sólo tiene que retirar a su club de la competición organizada por el país que, según él, oprime los derechos de su pueblo y solicitar su admisión en la liga regional catalana. Hasta que no se produzca ese hecho sus declaraciones hay que aceptarlas como lo que son, una coartada más para seguir usufructuando los beneficios de pertenecer a un país como España, cuyo nivel deportivo tremola en lo más alto del escalafón internacional, mientras se hace simpático al poder nacionalista que, de forma transversal, ocupa todos los espacios de poder en esa comunidad autónoma.

Ni siquiera la grave recesión económica, que golpea especialmente a la comunidad catalana, es capaz de hacer que su clase política ponga los pies en el suelo, lo que demuestra, una vez más, que el principal objetivo de los nacionalistas no es resolver los problemas de los ciudadanos, sino mantenerse en el poder a toda costa, aunque para ello sea necesario protagonizar escenas de bochorno colectivo como las ofrecidas en esta última Diada.

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