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Serafín Fanjul

La suerte de Lubna

Los islamistas aspiran a que la Shari’a se aplique al unísono en todo el mundo islámico por igual, es decir en sus versiones más bárbaras.

En las últimas semanas, gracias al Ramadán, se ha patentizado por enésima vez el espíritu dialogante y bondadoso del islam: a una joven malaya se le ha pospuesto, hasta que concluya el mes santo, el merecido castigo de seis latigazos por tomarse una cerveza (¡y en público!); a la periodista sudanesa Lubna Husein –el prodigio ha bajado del Cielo, seguro– se le ha conmutado la pena de cuarenta zurriagazos (por el delito de llevar pantalones) por multa de unos 140 euros que, solícitamente, ha pagado la gubernamental Unión de Periodistas de Sudán; y, por último, colmo de felices coincidencias astrales (Pajín, apunta), en Egipto la policía sólo ha detenido a 1.500 cristianos coptos acusados –y sancionados económicamente– de comer en las horas prohibidas del día. La Alianza de Civilizaciones avanza a todo trapo y sus marchantes locales (de por acá) aprestan las alforjas para seguir llenando.

En esta minúscula constelación de represión menor, sin lapidadas ni carniceros descuartizados por vender carne sin sacrificar ritualmente (no estoy exagerando: en Pakistán, ver el ABC, del 26 de agosto de este año), algo destaca de modo abrumador: la arbitrariedad total con que se aplica la Shari’a. No se trata sólo de un conjunto de normas impresentables, negación absoluta de los derechos humanos más elementales (el derecho a la vida y a la integridad física), sino que lo más inquietante es su carácter de discrecionalidad y falta de garantías y coherencia. Bien es cierto que los islamistas aspiran a que la Shari’a se aplique al unísono en todo el mundo islámico por igual, es decir en sus versiones más bárbaras. De ahí su odio contra los gobiernos tibios y blandengues que se quedan a medio camino y a los apóstatas, en vez de rebanarles el pescuezo, como es de razón, sólo los encarcelan por cuatro años, escandalosa práctica, por su blandura que a veces ocurre en Marruecos y Túnez.

Pero volvamos a los pantalones y la arbitrariedad: infinidad de mujeres musulmanas que vemos por nuestras calles y con las cuales no hay moro que se meta por llevar modositas su hiyab, visten también –¡horror!– pantalones, sin que los pilares del islam se conmuevan ni los guardias se den por enterados. De vivir en Sudán, estas piadosas mujeres ya estarían enchironadas y con los lomos calentitos, lo cual viene a demostrar lo que tanto se afirma en los foros de la Casa Árabe: el islam es variopinto y heterogéneo. Y la denuncia de estas cosas sólo se debe a la ignorancia de los occidentales, que hablan de lo que no saben; o a su envidia por lo bien que el islam pone orden en la grey, sin permitir bromas ni desmadres.

Se me olvidaba: otras diez sudanesas detenidas al tiempo que Lubna por el mismo motivo, sin abogados ni padrinos internacionales, ya cobraron sus cuarenta latigazos en público.

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