Compuestos y sin misiles nos ha dejado Obama a los europeos, en especial a aquellos más amenazados por las desmedidas ambiciones y explosivo resentimiento del plantígrado ruso, los que vivieron generación y media bajo su bota y la de su abominable sistema de entonces.
Los comentarios van desde "Una mejor defensa contra misiles para una Europa más segura" (Robert Gates, secretario de Defensa) hasta "Puñalada por la espalda", con todas las estaciones intermedias que imaginarse pueda.
Hasta ahora Obama había hecho política exterior predominantemente con la lengua, lo que no quiere decir que fuera inocua, lánguida o inocente. Con su última decisión parecen hacerse realidad las inquietantes promesas contenidas en su melifluo discurso, con sus infumables equivalencias morales entre democracia y tiranía, y el perpetuo masoquismo de un mea culpa por su país, que acontece ser el que nos salvó de tres guerras mundiales, la fría incluida, y el que ha estado combatiendo la cuarta contra el terrorismo –teniendo que bregar con tempestades de mala fe y fanatismos izquierdistas– y que falta haría que librase la quinta, por supuesto incruenta y sin nuestra ayuda, para evitarnos un orden mundial a la medida de autoritarios y autócratas, nuclearmente pertrechados.
La decisión ha consistido en abolir de un plumazo el sistema antimisiles que Bush había tratado de establecer en Europa Oriental, con denodados esfuerzos, para defenderse y defendernos de futuras amenazas iraníes. Total, diez cohetes en la república checa y un radar en Polonia. Lo suficiente como para que Rusia lleve tres años poniendo el grito en el cielo. Supuestamente ese tenue escudo contra unos pocos misiles de tercera anularía sus equivalentes armas ofensivas, que se cuentan por miles y son mucho más avanzadas ¡Ojalá! Pero esa es una breva que no va a caer. ¿Entonces? Los rusos afirman fuerte y claro su derecho a tener a Europa sometida a su libre albedrío nuclear, como ya la tienen en el plano energético. Ya habían anunciado como represalia misiles de corto alcance en Kaliningrado, un vuelo de escasos minutos apuntando a la inmediata Polonia. Algo innecesario por ser completamente redundante. Pero la nuda racionalidad estratégica es arrollada por los intimidatorios simbolismos políticos. Los que supuran indignación por las iniciativas americanas sin adecuadas consultas, es decir, sin supeditarse a nuestra paralizante pasividad, recibirán como inesperada sorpresa navideña la tajante decisión de Obama.
Estrategia, condicionamientos tecnológicos, complejas políticas exteriores y múltiples políticas nacionales configuran un tema que presenta más facetas que el diez más uno de los misiles y el radar. El hombre del Pentágono no carece de razones en su defensa de su patrón en la Casa Blanca, pero tampoco le faltan al que califica el plan como puñalada trapera. Todas habrá que diseccionarlas. El asunto no se ha presentado como un salto atrás, sino, por el contrario, como la sustitución de un sistema obsoleto antes del parto por otro más adaptado a las realidades emergentes.
Pero lo que es obvio, de momento, es que Rusia se impone, y así lo celebra sin tapujos, a cambio, por parte de Washington, de tácitas esperanzas con todas las marcas de lo ilusorio. Los europeos orientales se quedan en la estacada, preguntándose hasta dónde retrocederá Obama y cómo lo aprovechará Putin. Cuestiones quedan muchas, pero la más urgente es la planteada por un comentarista ruso: "¿Cómo se lo tomará el Kremlin? ¿A la europea, es decir, un esfuerzo para reducir tensiones que presupone contrapartidas, o a la asiática, como una manifestación de debilidad y una invitación a presionar todavía más a los "malditos yanquis"?". El tiempo nos lo irá diciendo, y no en un plazo muy largo, pero lo que ya se ha visto tiene poco de tranquilizante.
GEES
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Compuestos y sin misiles
Lo que es obvio, de momento, es que Rusia se impone, y así lo celebra sin tapujos, a cambio, por parte de Washington, de tácitas esperanzas con todas las marcas de lo ilusorio.
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