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Pablo Molina

¿De qué se ríe Elena Salgado?

Salgado no pierde la sonrisa. Quizás es que, para los socialistas, el ver irse a pique a un país entero condenando a la pobreza a un tercio de la población productiva es un espectáculo muy divertido.

Los socialistas, tradicionalmente, han sido siempre un desastre en el debate general presupuestario, pero con la vicepresidenta Salgado han pulverizado todas las marcas. La mentalidad socialista es incapaz de identificar cuáles son los mecanismos que permiten la creación de riqueza, así que su único objetivo cuando se debaten las cuentas públicas es introducir la consabida dosis de demagogia para dar una imagen "social". También en este apartado la ministra Salgado ha roto el techo de estolidez político-económica, con afirmaciones tan pasmosas como que las políticas "neoconservadoras" (sic) son las que han originado la crisis, espantajo tan manido que resulta grotesco incluso para un Gobierno tan falto de escrúpulos como el de José Luis Rodríguez Zapatero.

La política económica plasmada en los presupuestos generales del Estado para el año próximo es el certificado de defunción de las clases medias, sobre las que va a recaer (ya lo está haciendo) el peso del despropósito organizado por Zapatero y su ministra de Economía, por cierto, desecho de tienta al que ZP ha tenido que recurrir en última instancia ante la huida en masa de los que aún tienen cierto sentido común y algunos conocimientos en la materia dentro del PSOE.

Con el gasto público disparado, la actividad económica en recesión y las cifras de paro aumentando vertiginosamente, la receta del Gobierno es subir los impuestos para seguir gastando porque, dicen, es lo más social. Los sindicatos están de acuerdo, claro, porque, como Zapatero, opinan que lo que debe hacer un Gobierno no es permitir la creación de riqueza y empleo por parte de los empresarios –los únicos capaces de generarlos–, sino mantener los subsidios de todos los que pierden su trabajo, siempre y cuando no se toquen las partidas establecidas para financiar a las organizaciones sindicales, de cuya buena salud financiera depende, al parecer, el futuro de España.

Vamos hacia el desastre ante la mirada risueña de Zapatero y Salgado, ambos encantados de haberse conocido. Los primeros minutos de la respuesta de la vicepresidenta a Rajoy han sido definitivos para conocer el verdadero nivel de nuestra responsable económica. Cinco minutos de balbuceos sonrientes hasta que consideró llegado el momento de recurrir a la palabra "neoconservador", momento en el cual la bancada socialista casi se viene abajo de la misma euforia. Qué nivel Maribel.

Lo que se viene abajo, además de los escaños sociatas, es el presente de las clases productivas y el futuro de nuestros hijos, entre el aplauso de un partido desnortado que sigue apelando a las consignas de siempre para disimular su ineptitud proteica en todo lo que se refiera a la economía. Pero Elena Salgado no pierde la sonrisa. Quizás es que, para los socialistas, el ver irse a pique a un país entero condenando a la pobreza a un tercio de la población productiva es un espectáculo muy divertido.

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