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Clemente Polo

Gripe A(utonómica)

Las respuestas del PP al nuevo modelo de financiación autonómica, al blindaje del concierto vasco y a sus propios problemas internos en Valencia me inducen a pensar que el virus autonómico-nacionalista ha infectado ya su materia orgánica.

En mi artículo PSOE: rehén del PSC exponía las razones por las que el PSOE ha dejado de ser un partido de ámbito nacional y se ha convertido en rehén permanente del PSC y en rehén ocasional de otros partidos nacionalistas, ora CiU o PNV, ora ERC, según las cambiantes circunstancias de la aritmética parlamentaria. ¿Está libre el PP del virus nacionalista? Más allá de la retórica, lo cierto es que las respuestas del PP al nuevo modelo de financiación autonómica, al blindaje del concierto vasco y a sus propios problemas internos en Valencia me inducen a pensar que el virus autonómico-nacionalista ha infectado ya su materia orgánica y está plenamente activo.

En primera instancia, Rajoy rechazó la "chapuza" del nuevo modelo de financiación que calificó de injusto e insolidario. Pero a pesar de sus gruesas palabras, el líder de la oposición permitió que el acuerdo se aprobara el pasado 15 de julio en el Consejo de Política Fiscal y Financiera con los votos favorables de dos comunidades o ciudades autónomas donde gobierna el PP (Canarias y Ceuta) y la abstención de otras siete asimismo gobernadas por el PP (Castilla-León, Galicia, Madrid, Murcia, La Rioja, Comunidad Valenciana y Melilla). Puesto que el número de votos con los que se aprobó la propuesta fueron diez, está claro que el nuevo modelo de financiación podría haberse rechazado si todos los territorios donde gobierna el PP hubieran sumado sus votos. Más desasosegante resultaron incluso las declaraciones del señor Millo, diputado autonómico del PP en Cataluña, quien sin ningún rubor afirmó que "Cataluña recibirá menos de lo que necesita" y "menos de lo que había prometido el Gobierno". Mi única explicación a la insatisfacción del PP catalán con unas cifras que habían desatado la euforia contenida de los correosos nacionalistas del PSC e independentistas de ERC es que la dirección del PP catalán está bajo el influjo del virus nacionalista.

Esta misma semana, el congreso ha aprobado con los votos del PSOE y todos los partidos nacionalistas la toma en consideración de una proposición de ley para homologar las normas fiscales aprobadas en la Comunidad Autónoma vasca con las estatales y evitar que éstas puedan ser recurridas ante los tribunales ordinarios. El PP se abstuvo para "evitar entrar en conflicto con el PP vasco". Y es que, según explicó el diputado García Tizón, aunque "la foralidad siempre ha sido un rasgo distintivo de su partido", el PP no podía apoyar una propuesta "asociada a la aprobación de los presupuestos del Estado". De sus palabras se deduce que el PP apoya el concierto vasco y que su abstención tuvo un carácter meramente circunstancial. De hecho, tres diputados del PP en representación de las provincias vascas abandonaron el hemiciclo antes de la votación para escenificar su desacuerdo, y, posteriormente, el señor Basagoiti, presidente del PP en El País Vasco, decepcionado y "algo desautorizado" por la actitud de la dirección en Madrid, manifestó su total apoyo al concierto vasco "porque es bueno para Euskadi y es algo que es justo" y no supone "ningún privilegio". Encuentro más preocupante la justificación de Basagoiti que el pragmático apoyo de Erkoreka, portavoz del PNV en el Congreso, que se limitó a decir que el PNV apoya los Presupuestos Generales del Estado porque "son buenos para Euskadi".

El tira y afloja mantenido en los últimos días entre la dirección del PP en Madrid y el señor Camps y el resto de líderes del PP valenciano, abunda en la idea de que los partidos de ámbito nacional están inmersos en un proceso de descomposición interna que se ha acelerado tras aprobarse los nuevos Estatutos de autonomía en la pasada legislatura. Con ellos, se ha reforzado la posición de los líderes territoriales y desdibujado la necesaria relación jerárquica que ha de prevalecer en sus relaciones con la dirección central. En esta ocasión, la tensión se ha disipado de momento al aceptar Génova un chivo expiatorio sobre el que ha recaído toda la responsabilidad política. Aunque desconozco los entresijos de este turbio asunto, se ha estado muy cerca de alcanzar una situación crítica que bien pudiera plantearse mañana en cualquier CA donde el líder autonómico, con el apoyo de "su" partido, decide no seguir las órdenes de la dirección y crear una nueva marca. El PP haría bien en tomar buena nota de lo acontecido en Navarra con UPN y adoptar ahora las medidas necesarias para que la situación no se repita.

Como acabamos de comprobar en varios asuntos de gran relevancia, los líderes políticos territoriales del PP anteponen los intereses particulares de "su" comunidad a los intereses generales, sin que sean llamados al orden por los órganos centrales del partido. Que el Título VIII de nuestra Constitución reconozca las Autonomías no debería ser óbice para que el PP defendiera la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley e impusiera su criterio en temas de tanta trascendencia como la financiación autonómica o el concierto vasco. Porque si aceptamos privilegios para una comunidad autónoma, ¿qué argumentos se pueden esgrimir para negárselos a otras? Y, si todas las comunidades se limitan a aportar su "cupo" para sostener la casa del Rey y sufragar parcialmente los gastos de defensa, seguridad y política exterior, acabaremos viviendo en un Estado residual y fantasmagórico, un Estado inerme y falto de autonomía. Ése es precisamente el objetivo indisimulado de los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos.

En España

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