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Raúl Vilas

Lorca y la izquierda carroñera

Cada familia puede hacer con sus muertos lo que le plazca. Faltaría más. Arremeter contra los Lorca es miserable. Lo sería en cualquier caso, pero más cuando sólo quieren que se recuerde al gran poeta, no un zombie cargado de revanchismo, odio y rencor.

Nos acercamos al 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín. Desde entonces, la izquierda no ha encontrado un modelo que catalice su desprecio a la libertad y el mercado. Deambulan por el alarmismo falsamente ecológico, el caudillismo caribeño o el islamismo. Toda vale contra Occidente. En España, además, les ha dado por la necrofilia y su muerto preferido es Federico García Lorca.

Pero han topado con una familia que, en una lección de dignidad impropia de estos tiempos y estos lares, no está dispuesta a tolerar que los huesos del poeta se conviertan en garrotes para atizar a "los herederos de los que mataron a Lorca", frase acuñada por el inefable Fernando Delgado en la no menos inefable Cadena SER.

La familia Lorca no hace otra cosa que preservar la memoria del poeta. Su gran legado es su obra, su vida y no su muerte, que no deja de ser anecdótica. Fusilados hubo muchos, en los dos bandos. Eso no le convierte en alguien especial. Ni siquiera está muy claro que los motivos del crimen, como en tantos otros paseíllos, fuesen exclusivamente políticos.

El juicio histórico que merece la II República es claro. Llevó a España al peor de los desastres: el enfrentamiento civil. Lo que no significa que todos los que en aquel tiempo eran partidarios del régimen republicano sean responsables de lo que sucedió. A toro pasado todo es mucho más sencillo. Nunca sabremos que pensaría Lorca si contase con los elementos de juicio que nos brindan el tiempo, la distancia y los historiadores. Del mismo modo que quienes hoy aborrecemos aquel periodo, no podemos garantizar cuál sería nuestra posición si nos hubiese tocado vivirlo en directo. Tiremos de tópicos: uno es preso de su tiempo y sus circunstancias.

No debe ser recordado como un mártir de la República. Ni su figura encarna el significado político e histórico de aquel régimen ni, mucho menos, puede identificarse con los valores, por decir algo, de estos buitres obsesionados con desenterrarlo. Cada familia puede hacer con sus muertos lo que le plazca. Faltaría más. Arremeter contra los García Lorca es miserable. Lo sería en cualquier caso, pero más cuando sólo quieren que se recuerde al gran poeta, no a un zombie cargado de revanchismo, odio y rencor. Yo también.

La hormiga, medio muerta,
dice muy tristemente:
"Yo he visto las estrellas".
"¿Qué son las estrellas?",
dicen las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
pensativo: "¿Estrellas?"

"Sí –repite la hormiga–,
he visto las estrellas,

subí al árbol más alto
que tiene la alameda
y vi miles de ojos
dentro de mis tinieblas".
El caracol pregunta:
"¿Pero qué son las estrellas?".
"Son luces que llevamos
sobre nuestra cabeza".
"Nosotras no las vemos",
las hormigas comentan.
Y el caracol: "Mi vista
sólo alcanza a las hierbas".

Extraído de Los encuentros de un caracol aventurero. Federico García Lorca. Diciembre de 1918

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