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Pedro de Tena

Del capitán Centella al Ángel Rojo, con perdón

Centella, oh, capitán, a ver si repetimos menos, especialmente los errores gravísimos y mezquinos del pasado y meditamos más, que de centella a chispita hay sólo media cosita.

Centella, albricias, rayos, una centella, un Centella, al Partido Comunista de España, esa España que acompaña asimismo a las siglas del PSOE, Español, aunque a ambos les ha importado una morcella poner en riesgo la unidad de lo que les ha dado sentido durante un siglo, más o menos, y que, a los demás, lleva cinco siglos por lo menos aportándonoslo. Nada más hay que comprobar la conducta del Partido Comunista Vasco desde IU respecto al nacionalismo separatista y, en su medida, asesino y terrorista, o el comportamiento del comunismo catalán desde el Tripartito, despótico y excluyente, para darnos cuenta de que la libertad –¿para qué, verdad Centella?– no es el fuerte de un partido que jamás se cuestionó su enfermedad, ni juvenil ni senil sino madura, en mi opinión, una marcada psicopatía política caracterizada por la frialdad, el convencimiento de la propia inteligencia y superioridad, bacillus hegelianus, el considerarlo todo como medio para el propio fin, el establecer normas propias como verdaderas y considerar falsas las de los demás, la estudiada estrategia de la seducción de los débiles, la exterminación de los hostiles cuando es posible y la mentira y la falta de compasión como métodos para imponerse sobre la realidad. Y sobre todo, nulo sentimiento de culpa puesto que en su universo sólo los demás, los oponentes, pueden ser culpables.

Nada de esto me habría salido de la gruta si no leo las primeras palabras de este "capitán Centella" que nos ha salido en Andalucía, a caballo entre Málaga y Sevilla, que dice que el PCE no tiene que pedir perdón por nada. A las primeras declaraciones, ahí es nada. Los comunistas no tienen que perdón. Nunca lo han, lo habéis pedido, camaradas. Aquí, ya a años luz vitales de distancia, conservo en la memoria los relatos de la guerra civil narrados por algunos viejos anarquistas que se salvaron por los pelos de los fusilamientos intrarrepublicanos. Pero no, no hay que pedir perdón por nada. Ni a los descendientes de Nin, Andreu, a los que los sicarios del PCE despellejaron vivo por discrepar y no ser esclavo de Stalin. De Paracuellos ni hablamos. Y de otras sacas, menos. Si ya la libertad no tenía para qué, imaginemos el perdón. Carrillo, ¿perdón? Dios mío. Imposible, como La Dolores. ¿Perdón? Que lo pida Franco, su familia, el liberalismo, la democracia cristiana o sin Dios, el PSOE por sus dudas y su autoexilio, la CNT por su entierro diseñado –"hay que hacer todo lo que sea posible por impedir que resucite la CNT", le escuché a un comunista de salón, sí, de salón, que los otros, los que ejecutan, además, las ideas, me ha contado un amigo de la CGT que les dicen a los libertarios en los tajos del siglo XXI cuando no consienten sus tropelías: "A ver si vamos a tener que recuperar las checas", como lo oyen –, sí. Sí, sí.

Pero eso es lo de siempre, lo de antes de la Guerra. ¿Y lo de después? ¿Tampoco habría que pedir perdón por haberse inventado huelgas generales deducidas de una lectura "científica" de la Historia, en la década de los 50, arriesgando el porvenir de muchos jóvenes? ¿Tampoco por todo lo que denunciaba en sus tardías, y por ello, cobardes memorias, Federico Sánchez que se libró por piernas del "análisis marxista-leninista"? ¿Tampoco por todo aquello que tendría en su mente aquel alto cargo del PSOE histórico que se bajó del avión en Barajas diciendo "Aun tenemos que ajustar mucha cuentas con los comunistas"? Y eso que el que lo decía ansiaba "apoderarse del alma de los niños" para su adoctrinamiento. Cómo serían los otros. ¿No habría que pedir perdón, Centella, oh, capitán, mi capitán, por tantas y tantas cosas? ¿Es que nunca van a reconsiderar los comunistas su relación con la democracia? ¿Es que van a seguir prohibiendo homenajes literarios a Foxá, a seguir amparando corruptelas si son las propias como en Mercasevilla y como alguien el otro día diseñando el espíritu de una ciudad como Sevilla, por ejemplo? Pero, hombre, Centella, capitán... no quiero recordarte otras cosas, como Katyn, como los gulags, como las "confesiones" a lo Costa Gavras, como... en fin, Centella, en fin.

Si hay alguien en Andalucía –en la que las derechas en general, el centro y las izquierdas deberían todas ellas pedir perdón por mantenerla en los últimos lugares de España y Europa desde hace más de un siglo y por ensayar con sus habitantes dictaduras diversas pero dictaduras–, que no tiene que pedir perdón es, fue, un anarquista, don Melchor Rodríguez García, de Triana, hijo de maquinista del puerto de Sevilla y de cigarrera, quien tuvo la valentía de enfrentarse a los comunistas de Carrillo y Cazorla –y algunos anarquistas de pistola–, que entraban en la cárcel de Madrid para dar paseos, hacer sacas y meter en checas sin juicio ni garantías a miles de personas por simpatizar con ideas adversarias. Ese "ángel rojo" que salvó al menos y directamente a miles de presos de la cárcel de Alcalá de Henares entre los que había 4 Lucas de Tena, un Westendorp, un Muñoz Grandes, un Bobby Deglané, un Fernández Cuesta y otros muchos de apellidos menos conocidos. Y era anarquista, sí, con sus defectos, pero con grandes, enormes, valerosas virtudes.

Un amigo mío, Alfonso Domingo –no Domínguez como le llaman vaya usted a saber por qué en El País, supongo que, como yo, ya más viejo periodista entonces en Diario 16 y ahora escritor y guionista, al que agradezco mencione mi pequeña contribución a su libro El Ángel Rojo de Editorial Almuzara (contribución a la que no es ajena María Dolores Cospedal cuando era alto cargo de Interior que ayudó a recuperar las actas de su juicio)– ha descrito la personalidad de un apasionante andaluz que era capaz de morir por sus ideas pero no de matar por ellas, que hacía versos, que iba limpio y garboso como una patena porque los pobres, decía, son pobres pero no sucios, que se salvó de decenas de atentados y que salvó la vida de personas de derechas que no creían en sus ideas. Cecilio Gordillo, otro acratón, me animó a contribuir a su memoria. Y los comentarios de César Vidal. Este aprendiz de novillero, este pedazo de español y de ser humano, que además era amigo de Cipriano Mera, lo que ya es garantía, y que murió besando el crucifijo en trato con Martín Artajo quien en compensación debía ponerse una corbata anarquista en su entierro, este señor no tiene que pedirnos perdón ni tiene que pedir perdón a ningún español. Pero otros, capitán Centella, por favor, un poco de mesura, de cordura e incluso de lisura.

Y eso sí, pidamos perdón muchos a este Melchor republicano y anarquista –algunos le rezaron incluso Padrenuestros mezclados con el  ozono de las "viejas tormentas" de su himno, que no tiene película en una España donde quienes de verdad merecen un guión no lo tienen. Una vez le propuse a Javier Arenas, con poco éxito, la verdad, confabular dineros e ideas para que este sevillano que tuvo una Amapola, libre flor, por hija y una España convivencial en la cabeza y en el corazón a pesar de sus dogmas, cuajase para los ciudadanos en una película que excitara los nobles sentimientos que inspiró no sólo en quienes tuvieron la suerte de salvar la vida gracias a su concurso arriesgado y valiente, sino a quienes creemos que con gente así es posible una España hermosa, libre y, compleja, sí, pero compuesta por gente de bien que no sufre de esta fatal enfermedad ideológica de la psicopatía política capaz de ver morir e incluso de matar a los adversarios con la frialdad de una estatua y la justificación de un loco. Centella, oh, capitán, a ver si repetimos menos, especialmente los errores gravísimos y mezquinos del pasado y meditamos más, que de centella a chispita hay sólo media cosita.

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