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Los muros que siguen en pie

Cuando Reagan hizo el famoso discurso, no se encontraba a un funcionario del Departamento de Estado que no hubiera sugerido quitar la famosa frase. Siempre ha habido inútiles, pero nunca se les ha hecho tanto caso.

Ha sido entretenido ver estos días las actuaciones estelares de los nostálgicos del comunismo. Después de inusitadas profesiones de fe liberal se creían obligados –padre Marx, ego pecavi– a hacer referencia a presuntas injusticias del presente, para compararlas con el difícilmente comparable mal del comunismo que se resume en cuatro palabras: cien, millones, de, muertos.

Pero, ¿cuáles son esos muros? La incombustible francesa Arlette Laguiller, que como única excusa puede aportar que es trotskista, nos ilustra: "el muro que separa Israel de Palestina (el judío, il fallait y penser, eterno chivo expiatorio de Europa), el muro que separa Méjico de USA, y –atención a la perla– los que se puedan establecer" para separar a la rica Europa del África desposeída. Menos inspirado, y a la defensiva, estuvo ZP. ¿Franco, un muro? Alguien debería informarle que frente a la herencia de Largo Caballero –el Lenin español–, que parece reclamar, no está obligado a rechazar la de Besteiro.
 
Pero puestos a mencionar muros, que al menos sean reales.

Sigue habiendo una división con la Europa del Este, a la que la occidental considera de segunda. La semana pasada Hungría, Polonia, Chequia y Eslovaquia se reunieron para preparar la próxima cumbre de la UE. Ha habido malas caras y declaraciones despectivas. Los comentarios de la prensa occidental son rara vez favorables a Chequia o Polonia. Se viste de un ropaje de anti-euroescepticismo, pero no pasa de un europeísmo hipócrita y mal entendido, bordeando lo xenófobo y racista, intolerante con la discrepancia.

Ello se explica más bien por lo golosos que somos con el gas ruso y los negocios que directamente hacen ex dirigentes occidentales –el caso más notorio, el de Schröder, ese héroe anti-Irak. El progresismo chic hace como que se escandaliza ante la mención de Katyn o Auschwitz, pero se olvida de los polacos de hoy.
 
Segundo muro: el que los palestinos se han atado a su propio cuello. Ya no está Arafat, pero Abbas sigue haciendo cosas reprochables con el dinero de la UE. El silencio que rodea los cotidianos abusos y violencias varias de la Autoridad Palestina a todo aquél que amenace la dirección de Fatah, es elocuente. Pero estos son los buenos, porque en Gaza dominan las aún más feroces fuerzas de Hamás, que sigue pidiendo la aniquilación de Israel –perdón, entidad sionista. Tres cuartos de lo mismo en la frontera del norte donde la franquicia iraní de Hezbolá recibe habitualmente armas o barcos iraníes cargados de ellas. El último, la semana pasada.

Tercer muro. En Bagdad, gracias al empeño de Bush, hay una democracia y acaba de aprobarse una ley electoral para los comicios de enero, con listas abiertas, para limitar el poder de los partidos. Es curioso ver cómo evolucionan unas democracias para bien, y otras, para mal. ¿Listas abiertas en España? Nunca. Karzai sigue en pie en Afganistán donde espera como agua de mayo una decisión de Obama. Cualquiera. Y es en ese Oriente Medio donde la causa de la libertad se la juega. A decir de Huntington, el conflicto del siglo XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo era sólo un fenómeno superficial en comparación con la profunda relación conflictiva entre el islam y la cristiandad. El ejemplo más evidente a día de hoy es Irán, donde hace unos días se oían los gritos de los manifestantes: "Obama, o estás con nosotros o contra nosotros", y donde ya no se dice "Muerte al Gran Satán", sino "Muerte al dictador", en referencia a Ahmadineyad. Eso sí, en las cancillerías occidentales, y en concreto en Washington, el mensaje sigue siendo: no se interfiere en los asuntos internos de Irán. Faltaría más.

En definitiva, para las injusticias de hoy no hay sustituto a Reagan ni a su "derribe usted ese muro".

Hay, pues, muros que siguen en pie. Pero no será esta elite super-ideologizada e hiper-melindrosa, es decir, cobarde, la que los derribe. Es más, es ella el mayor peligro para que se perpetúen y surjan otras utopías empobrecedoras o criminales. Cuando Reagan hizo el famoso discurso, no se encontraba a un funcionario del Departamento de Estado que no hubiera sugerido quitar la famosa frase. Siempre ha habido inútiles, pero nunca se les ha hecho tanto caso.

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