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Pedro de Tena

Julio Anguita y la libertad

¿Cómo cree don Julio que va a ser posible implantar un régimen de propiedad estatal y eliminar la preferencia popular por los mercados? ¿Con buenas intenciones? ¿Con una conversión general del alma humana a la fe roja y comunista?

No sé por qué me he puesto a recordar mi juventud jerezana, en Jerez de la Frontera, donde el que no toca no ve, uno o es señorito o lo quiere ser y en el que se comen las papas enteras. En aquel Jerez franquista y joseantoniano –mi madre me regaló las obras completa de Primo de Rivera cuando ya fui mayor–-, no cabe la mitología del comunismo antifranquista. Es cierto que había algunos comunistas anónimos y obreros, algún simpatizante de intelecto cualificado y poco más. El PSOE, ¿qué era eso? En aquel Jerez de 1966 del que hablo, sólo había algunos sindicalistas de la primitiva USO, algunos militantes de Acción Católica, de la JAR, de la JEC, de la JIC y de JOC (las JUC nunca existieron) –HOAC y ZYX también–, cristianos todos, combativos, arriesgados, valientes y de buena fe.

Y me he acordado al reflexionar sobre estas entrevistas impecables y magníficas de Luis del Pino a Julio Anguita de aquellas mujeres monjas civiles de la Casa de Espiritualidad que estaba en la calle Taxdirt, justo frente al Tempul, que es como los niños llamábamos al Parque Zoológico. Me acuerdo con claridad de tres de ellas. Había más. Rosa, incansable, sistemática, nerviosa. Consuelo, todo dulzura rígida bajo aquellos ojos azules que parecían comprender el mundo y a nosotros con generosidad y amplitud y una más, una mujer de la familia de los Domecq, no recuerdo bien su nombre, que parecía, por milagro del cristianismo, una proletaria de la Iglesia, pero siempre atenta a las necesidades de los demás, que eso dicen los teólogos que saben que es la santidad: dejar que tu conducta sea guiada por la necesidad del otro. Aquellas mujeres hicieron la democracia y la hicieron por amor a todos los demás que no eran menos ni menores que ellas. Nunca me preguntaron de dónde venía ni a dónde iba. Sólo resolvían mis problemas y atendían a mis necesidades, siempre. Me hicieron libre, siempre y no pidieron nunca nada, ni dinero para las facturas ni misas para mi alma

Digo esto porque tenemos que terminar con esa mala mitología que hace del comunismo el hito y sujeto principal de la oposición al franquismo en España. Está por escribirse una historia de la transición que tenga en cuenta cómo la Iglesia, es decir, muchos hombres y mujeres de la iglesia, facilitaron la acción de quienes luchaban por las libertades. Lo que me parece mentira es que esto tenga que hacerlo un señor como yo, lleno de descreencia y lejano a la fe, que no a la verdad, y que los cristianos españoles estén unos seducidos por las falsedades de las izquierdas y otros adormecidos por un catecismo anacrónico que no puede interesar a nadie inteligente en este siglo.

Y luego viene Anguita, don Julio, un señor de los pies a la cabeza, que tiene a Santa Teresa en la boca, a San Juan de la Cruz en el corazón, a Fray Luis y a otros santos en la mesilla de noche, hijo de militar, con pistolón en la espaldera y rojo, dice, comunista. Refieren que Lenin dijo una vez que si hubiera 12 cristianos como san Pablo él sería cristiano y que gustaba de hojear los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, un magnífico tratado contra la democracia. Nunca fui amigo de Anguita pero sí he coincidido con él en algunas ocasiones especiales. Una, recuerdo, cuando en Madrid él estaba en trance de separación matrimonial y nos juntamos un grupo de periodistas para ayudarle a no dormir, tras jugar al billar y contar dos millones de chistes. Que los cuenta y muy bien don Julio. Amanecía y aun contábamos, él uno y yo otro. Pilar del Río se reía hasta el pipí con Rosana Torres. Y Marisa.

Recuerdo uno de los suyos, además de aquellos verdes asquerosos por donde se escapaba su genio popular. Dice que iba un tío por la plaza roja de Moscú y se encuentra a otro. Coño, que no te veo desde hace 5 años. Es que he estado en la cárcel. ¿Por qué? Por nada. Mentira cochina. Por nada he estado yo y estuve 15 años. Chiste de la falta de libertades de aquel desierto de gulags y psiquiátricos.

Y ayer leyendo su entrevista me chocaba una expresión, una idea, en realidad, una contradicción. Julio Anguita no cree que la falta de libertad vaya con los seres humanos. Aquella dictadura comunista estuvo mal. Lo entiendo. Lo sigo. Pero tengo que estallar. ¿Y cómo cree don Julio que va a ser posible implantar un régimen de propiedad estatal y eliminar la preferencia popular por los mercados? ¿Con buenas intenciones? ¿Con una conversión general del alma humana a la fe roja y comunista de un modo tal que aceptarían voluntariamente la igualdad a cambio de la libertad? ¿O es que ha transitado hacia el comunismo libertario de otro ruso, Kropotkin, cuya lectura abonó los campos andaluces y los llenó de fantasías con pan? Qué lío, don Julio. Usted, de cuya honradez jamás he dudado porque le he conocido y sé que ha defendido lo mismo cuando convenía y cuando no, que siempre ha preferido ser maestro de escuela a figurar en la izquierda estúpida y amoral, que siempre ha sido recto y casi lógico, usted, digo, me dice ahora que la libertad tiene que haberla. Y le creo., Yo la necesito como el comer, como el Quijote. Pero dígame cómo desde una tradición marxista puede la libertad tener cabida en ningún rincón del edificio.

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