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José Antonio Martínez-Abarca

Sebastián contra milenaristas

Lástima que las mentiras de Greenpeace a las que se refiere Sebastián afecten sólo a lo que dicen sobre su ejecutoria en el Ministerio, y no a la auténtica realidad actual de esta organización.

Que los de Greenpeace hace mucho que ya no son los cultivadores de liendres que se enchufan en vena la cursilinda música de Roberto Carlos (el que gangoseaba en "portuñol" aquello de "yo quisiera ser civilizado como los animales" sobre un fondo de arponeamiento de ballenas en aquel "spot" de la tele de los años setenta) y que cobran la buena voluntad de las gentes, sino unos tiparracos burócratas mucho más turbios y nada pastoriles, ya nos lo recelábamos. Pero ha tenido que llegar un ministro que sólo trata de parecer un poco de izquierdas los lunes para descansar el resto de la semana a dejar al descubierto el quiosco de intereses inconfesables de esta gente, que un día trató de hacerse pasar por amante del planeta sin que el planeta hubiese dado su consentimiento.

Miguel Sebastián ha dejado de abonar a Greenpeace esa cuota que hipoteca a toda la izquierda desde que ésta se puso flores en el cardado "afro" porque "me parece demasiado pagar por mentiras". Que lástima que las mentiras de Greenpeace a las que se refiere Sebastián afecten sólo a lo que dicen sobre su ejecutoria en el Ministerio, y no a la auténtica realidad actual de esta organización que un día pudo llevar las cándidas intenciones del anuncio navideño de la Coca-Cola a cargo de algunos trotamundos de buena familia, pero que actualmente está compuesta de falsos campistas y siniestros aventureros, de druidas de lance y miembros de la legión extranjera del ideal al contado, una simple pero formidable y espantosa máquina de producir trolas globalizadas. Y no simples trolas, sino trolas de las que acaban costando muchas perras al contribuyente. ¡Y decían que el sueño jipi murió con aquel asesinato en el concierto de los Stones de Altamont, en el 69! El sueño jipi murió mucho más recientemente, cuando, cansados de descifrar el lenguaje de los cetáceos y hartos de las jornadas espartanas en "zodiac" bajo el riesgo de ser ensartados por algún pesquero japonés, las nuevas generaciones de ecologistas sin muro al que rezar pasaron de salvarnos el planeta a precisamente hundírnoslo a base de groseros montajes de "photoshop": todavía se oyen las risas que provocó su predicción de que, con el deshielo de los polos, el Mediterráneo llegaría lo menos hasta Albacete, adjuntando mapa.

Debieron pensar que, si pasaban a perpetrar algo espectacular, una superproducción ecologista, el rescate que les pagaría el mundo (un mundo que hasta ahora los ha atendido como archimandritas telúricos que tenían hilo directo con el quejido de la madre tierra) por rebajar sus previsiones también sería espectacular. Lo de menos es si en Greenpeace están contra las emisiones contaminantes del carbón patrio que quiere subvencionar el ministro de Industria o si se meten con éste por estar a favor de iniciar una discusión sobre la energía nuclear. Lo de más es que estos desoficiados pretenden ser algo así como el "calendario zaragozano" de las películas de catástrofes milenaristas, con efectos especiales por infografía, y que encima los Estados, aunque sean tan poco serios como el español, los traten, y les paguen como altermundistas en nómina o como "chanclas" de alfombra roja. Y para "boy scout" en jet privado ya tenemos a Al Gore.

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