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José María Marco

Democracia evanescente

Si la única democracia del mundo que estaba dispuesta a promover el régimen democrático en el mundo ya no está dispuesta a más sacrificios, la democracia se convierte en un régimen más de los muchos que hay en el planeta.

La visita de Obama a China no ha respondido a las expectativas suscitadas. China no va a modificar su política económica y –como era de esperar– va a seguir aprovechando la coyuntura global, particularmente la norteamericana, para seguir creciendo. Tampoco va a reducir las emisiones de carbono, con más razón si Estados Unidos, a pesar de los buenos deseos ecologistas, tampoco está dispuesto a tomar medidas serias. Obama no ha conseguido un mayor compromiso de China en la escena internacional, más allá de lo que al Gobierno chino le interesa: por el momento, China sigue su tradición de retraimiento en los diversos frentes abiertos y prefiere concentrarse en sus asuntos internos y en las relaciones comerciales y financieras. Por último, el presidente norteamericano pasó todo lo deprisa que pudo sobre el escaso respeto del Gobierno chino a los respetos humanos, entre ellos la libertad de culto, la de expresión, la de información y la de asociación, que no son una minucia.

Así que el viaje puede considerarse un fracaso, uno más de una presidencia que después de un inicio apoteósico e hiperactivo, está dando muestras, a poco más de un año de su inauguración, de agotamiento por exceso de retórica: ni reforma de la sanidad, ni Guantánamo, ni cambios en los frentes de Irak y Afganistán… Tan sólo una intervención masiva en la economía, que continúa, agravándola, la política de la administración Bush ante la crisis. Estaríamos por tanto ante un nuevo fiasco de un suflé que se desploma con la misma velocidad con la que subió en su momento.

Por otro lado, también es cierto que las relaciones de China con Estados Unidos vienen ya de largo y que no hay por qué pedir que cada visita presidencial desemboque en decisiones históricas. Lo nuevo, sin embargo, es el perfil bajo adoptado por Obama. ¿No será esta, a partir de ahora, la tónica general de la política exterior de Estados Unidos? Obama fue elegido con un programa que tenía entre sus principales objetivos un cambio profundo en las responsabilidades y la acción de Estados Unidos en el mundo.

Aquello incluía en primer lugar la revisión crítica de la política de la administración Bush, como así se ha hecho, y luego la retirada de Irak, el cierre de Guantánamo, la concentración en la buena guerra –la de Afganistán– y un nuevo escenario internacional en el que, paradójicamente, Estados Unidos debe esforzarse por seducir a las demás potencias para que le alivien de la carga que ha soportado hasta ahora.

La seducción, hasta el momento, ha funcionado bien en cuando a imagen. La actual administración es la mejor vista desde Clinton, sobre todo en Europa: tal vez demasiado, como se vio cuando el episodio ridículo del Premio Nobel. En cuanto los resultados, la seducción no está funcionando tan bien y Obama no está consiguiendo un mayor compromiso de los demás, como ha quedado claro en China. Retraerse de sus responsabilidades le está resultando a Estados Unidos mucho más difícil de lo que pareció en su momento.

En cambio, los regímenes no democráticos no tienen dificultad alguna para sacar rédito de la nueva situación. Se trata de una constatación relativamente sencilla, aunque de largo alcance. Si la única democracia del mundo que estaba dispuesta a promover el régimen democrático en el mundo ya no está dispuesta a más sacrificios, la democracia se convierte en un régimen más de los muchos, más o menos autoritarios e incluso totalitarios que hay en el planeta. Así que después de tanto, incluso en esto ha quedado desmentida la teoría de Fukuyama: hay alternativas a la democracia, y son dignas de respeto e incluso atractivas.

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