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Eva Miquel Subías

Siempre hay un escorpión y una tortuga

Este Gobierno no ha mostrado siquiera un mínimo de humildad ni un mínimo de pudor a través del silencio, porque saben que todo se les perdona. La irresponsabilidad les sale constantemente gratis.

Viene la semanita bien repleta de historias varias, algunas de ellas más propias de una serie de la cadena Fox que de alguno de los graves y espinosos asuntos con los que el Gobierno tiene que lidiar.

El otro día asistí a un seminario sobre la inteligencia económica como herramienta para hacer frente a los riesgos. En definitiva, se trataba de ver cómo gestionar de manera eficaz desde el punto de vista empresarial la información de la que uno dispone y mantener así una ventaja competitiva. Asimismo, la inteligencia estratégica permite a la empresa disponer de un mejor conocimiento y una comprensión del entorno mucho más elevada para hacer frente con éxito a posibles cambios inesperados.

Como habrán podido comprobar, una servidora se mantuvo atenta y escuchó disciplinada a los diferentes ponentes, con lo que pudo extraer sus humildes y personales conclusiones aunque en estos momentos no vengan al caso.

Uno de los conferenciantes era un representante del CNI, del que –por motivos de seguridad y confidencialidad y que, al parecer, pone de manifiesto el Estatuto del Personal del organismo– no se pudo revelar su nombre. Bien. Hasta aquí todo correcto, con su puntito interesante novelesco incluido, siempre tan apreciado.

Ahora bien, justo al día siguiente los señores de El Mundo tienen la ocurrencia de publicar en sus páginas un amplio reportaje sobre el timo de un millón de euros por parte de algún somalí espabilado a nuestros chicos del Centro Nacional de Inteligencia por la supuesta entrega de los tres marineros que previamente habían podido ser llevados a tierra desde el Alakrana. La cara de tan confidenciales rostros se debió quedar sonrojadita por momentos.

Por cierto, hablando de muchachos avispados. Atención a Adbu Willy, aquél pirata que vino a España para ser juzgado y que mantuvo en vilo a la Audiencia Nacional en pleno para determinar si era o no mayor de edad, ya que según parece, se encuentra tan a gustito en nuestro país que hasta quiere llegar a casarse aquí, entre nosotros, sin novio ni novia a la vista pero con grandes aspiraciones matrimoniales. Retengan este nombre porque este pájaro ha visto rápido cómo funcionamos aquí y ya se ha agenciado una práctica calculadora para hacer números con los programas de televisión en cuyos vistosos y rentables platós podría sentarse en un futuro no muy lejano. Veremos.

Volvamos al Gobierno. Durante la pésima gestión del secuestro del atunero hemos podido escuchar advertencias y sugerencias gubernamentales al respecto de mantenerse prudentes con los comentarios a realizar, al tiempo que se pedía a los partidos de la oposición responsabilidad y sentido institucional.

A mí, que me parece en cierta medida correcto este planteamiento si no fuera por venir de quien viene y con todos los precedentes como testigo, me hierve la sangre tanto cinismo, tanta hipocresía, pero sobre todo tanta frivolidad y tanto, en definitiva, recochineo.

Este Gobierno fue, si mal no recuerdo, el que animó a movilizarse y salir a la calle con cacerolas e insultos de todo tipo a todos los ciudadanos españoles durante la jornada de reflexión de las elecciones generales de 2004, pocas horas después del mayor atentado terrorista en la historia de nuestra querida y malherida nación. Y un par de años antes, este Gobierno fue, si mal no recuerdo, quien movilizó a todo el país a través de los aletargados Nunca Máis –ahora empiezan a despertar, curiosamente– debido al fatídico accidente de un buque petrolero que transitaba frente a la costa de la Muerte, de nombre Prestige. ¿Vamos recuperando la memoria, señores? ¿Seguimos teniendo la desfachatez de pedir prudencia y lealtad?

No sigo porque me acelero. Y además, qué mas da. Este Gobierno no ha mostrado siquiera un mínimo de humildad ni un mínimo de pudor a través del silencio, porque saben que todo se les perdona. La irresponsabilidad les sale constantemente gratis, porque siempre hay quien está dispuesto a pagar las rondas.

Demasiado conocida es la leyenda africana del escorpión negro y la cándida tortuga de río, que, a sabiendas de la maldad del alacrán decide ayudarle a cruzar a la otra orilla y al notar la cruel y letal picadura de éste en su frágil cuello, le mira fijamente a la espera de una explicación que no es otra que la que todos sabemos pero que nos cuesta aplicar: "Es que ésta es mi naturaleza". Pues eso.

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